lunes, 19 de diciembre de 2011

La culpa la tienen los demás

Los problemas asociados a la baja autoestima, como el sentirse inferior a los demás, despreciado por los demás, ignorado por los demás, separado por los demás, etc. Era culpa única y exclusiva de ¡los demás!. Puesto que ¿quién iba a ser responsable de que me ignorasen en un grupo de conversación, sin que mis ideas fueran tenidas en cuenta o incluso simplemente escuchadas? Por supuesto, los demás; todos esos que me ignoraban. Eran ellos los que provocaban que yo me retrajese más y más, que cada vez mis aportes a la discusión fueran más vagos y raros, que incluso llegase a abstraerme de sus planteamientos sin hacer caso a todo lo que se venía hablando. Jamás era yo. En todo caso, la comida tenía la culpa. La comida que me había hecho tan obesa que generaba la marginación social. Y la sociedad, esa sociedad que maldecía a los que no seguían la línea de la mayoría, lanzando el mensaje de: hay que ser mediocre para no ser esquinado, no se puede salir de la línea del medio, se debe actuar uniformemente, similarmente, plagiando todo lo que la gran mayoría es y hace para ser aceptado en esa gran mayoría; las minorías no son bienvenidas, son apartadas y relegadas para que no estorben, para que no recuerden a la masa social que existen las diferencias y los individuos.

La culpa, en consecuencia, era de la sociedad, no mía.

sábado, 29 de octubre de 2011

Ni llegando a adelgazar, en las pocas épocas en las que era capaz

Llegué a adelgazar muchas veces. Incluso hubo ocasiones en las cuales los kilos bajaron espectacularmente, cuando era capaz de seguir el régimen durante algún tiempo. A veces bajo supervisión profesional, otras veces (muchas más) bajo mi propio criterio. Pensaba: ¡Lo conseguí!
Pero ni siquiera entonces, cuando llegaba a librarme de toda esa carga física y psicológica que supone llevar un cuerpo maldecido socialmente, adoptando una imagen más pertinente a la apreciación cultural actual, era capaz de sentirme plena y satisfecha emocionalmente. Siempre había trabas que aparecían en mi mente que me impedían disfrutar del momento. Por ejemplo, aun cuando podía ir a la tienda (¡de tallas normales!) a comprar ropa (¡de mi nueva talla!), y me compraba nuevas prendas a la moda, tampoco era capaz de disfrutar del todo de esa experiencia: ¡Esta falda no la puedo llevar con esta tripa floja que me ha quedado! ¡Esos pantalones tan cortos no me tapan las flaccideces que se me han quedado en los muslos!...
Y del mismo modo, en todos los ámbitos de la vida. Por ejemplo, no me aceptaban mejor los amigos porque hubiese bajado de peso; me complacían sus halagos, pero una vez expresados, todo volvía a la habitualidad, seguía sintiéndome un cero a la izquierda en una reunión, debía utilizar los mismos trucos de siempre para llamar la atención y poder llegar a sentirme reconocida.
De modo, que si ni siquiera lucir un cuerpo en su peso ideal podía llegar a satisfacerme y a hacerme feliz, ¿qué sucedía? ¿porqué quitando el mayor trastorno de mi vida, ésta no me llenaba?

lunes, 19 de septiembre de 2011

La comida, perro de presa que no ceja su arremetida

Lo más curioso de todo es que los impulsos mentales que me apremian a comer persisten incluso cuando parece que todo va bien; cuando esos problemas que rodean mi vida se solucionan. La vida familiar, en ocasiones, no resulta conflictiva, e incluso fluye con armonía y concordia, dando a todos sus miembros un bienestar y un sentimiento de satisfacción que me alcanzan positivamente. Así ocurre algunas veces también en el trabajo y en mi círculo social, cuando los demás me demuestran que soy aceptada por mis valores y mis méritos. Sin embargo, incluso en esas circunstancias, el monstruo de los atracones, anhelante de sus dosis de obediencia obligada, machaca mi cabeza insistente, y me conduce, inevitable, ineludible, inexcusablemente, a un nuevo empacho inexplicable pero real, y que destruye despiadadamente todos los maravillosos sentimientos que la situación de paz me había procurado.

miércoles, 31 de agosto de 2011

La comida, culpable

Mis dificultades no acaban en los problemas con la comida, en las pulsiones que sufría constantemente que me empujaban a no parar de engullir; lo cierto es que también mi vida se veía estorbada por multitud de escollos que convertían mi vivir en un camino de minas. Sobre todo, en lo relativo a las relaciones con otras personas; siempre me sentía relegada en una quinta dimensión, como si lo que yo tuviera en mí para aportar a la sociedad no fuera relevante para ésta, como si al resto del mundo le diera igual si yo existía o no. Cuando tomaba parte en un grupo de personas con una conversación, proyecto, objetivo, o simplemente para llenar un momento de ocio, todos aportaban sus opiniones, sus ideas, sus modos de ver y hacer las cosas,… pero yo no; siempre me mantenía al margen, escudándome en mi timidez; y si en algún momento dado osaba compartir mis pensamientos con los demás, inmediatamente sus actitudes daban a entender que todo lo que yo aportaba era nimio y carecía de la menor importancia. Bien es cierto que mi escasa autoestima, mi falta de fluidez en el verbo hablado en público, mis perennes inseguridades,… daban a mis palabras un aire de falacia o invención que no eran reales. De modo que las otras personas no atendían a mis razonamientos como no atenderían a los de un orate en plena crisis.
“Si pudiese controlar mis excesos con la comida, y bajase de peso, aumentaría mi autoestima y mis sentencias sonarían mucho más contundentes, lo que conseguiría hacerme un hueco en el aprecio social”. Esto era lo que yo soñaba constantemente. Sólo la comida era la culpable de que no tuviera el éxito social que siempre había deseado. Sólo si lograba controlar el problema de la ingestión desmedida, lograría solucionar todos mis escollos.
Estaba tan segura…
Tanto…
Pero… el peso bajó.
Y la autoestima no subió demasiado, sería mentir si no reconozco que un poco sí que aumentó, pero lo cierto es que nunca se convirtió en columna vertebral para el desarrollo de mis aptitudes comunicativas. Continué titubeando al hablar, riendo en cada frase con una risilla nerviosa reflejo de mi inseguridad, atascándome en las palabras, olvidando los vocablos más sencillos, tartamudeando cuando menos me convenía,…
¿Por qué?
Los problemas no se fueron.
Y la comida volvió al ataque.

martes, 30 de agosto de 2011

La falsa alegría

El aspecto de mi rostro frente a los demás siempre ha sido alegre y acogedor (no con la familia pero sí con la sociedad), sin que jamás me permitiera exteriorizar un enfado, una reacción negativa ante cualquier evento, un temor a alguna cosa o persona,… todos esos sentimientos quedaban agazapados en mi interior sin que la impenetrabilidad de la imagen exterior dejase traslucir lo que de verdad sucedía detrás de la sonrisa aparentemente abierta. La envidia también, los anhelos, las ofensas,… todas mis pasiones, malas y muchas veces también las buenas, se resguardaban en mis entrañas para no demostrar a nadie que siquiera existían, como si yo no tuviera derecho a sentir y padecer, como si mi misión en este mundo fuese la de permanecer inalterable frente a la vista de los otros, como si fuese demasiado difícil y humillante reconocer mis debilidades públicamente.
De ese modo, los sentimientos heridos se escondían dentro de mi persona; sentimientos a veces tan grandes y dificultosos que me resultaban imposibles de gestionar. Y para evitar que salieran a flote, eran soterrados bajo capas y capas de aparente indiferencia hasta ser expulsados del nivel consciente al inconsciente, donde se mantenían fuertemente ocultos, sin que incluso yo misma los reconociera. Allí lejos, lejos del yo que se mostraba a los demás, incansable, fuerte, feliz, capaz, grande,… pero con un núcleo caótico y sombrío.

lunes, 29 de agosto de 2011

Insatisfacción crónica

Todos los aspectos de mi vida se encuentran contaminados por las obsesiones-compulsiones. Me doy cuenta de que soy toda yo la que es compulsiva, no sólo está la enfermedad en la comida, sino en todo lo que hago: todo lo quiero ¡YA!.
Si voy a emprender un proyecto determinado, del que tengo cierta expectativa, no veo el momento de conseguirla. Lo intento ¡ahora!. No sé esperar a que mis acciones den fruto cuando el proceso de maduración haya acabado. Me persigue siempre una sensación de apremio que me impulsa a necesitarlo todo instantáneamente: si algo deseo, eso debo obtenerlo de inmediato. Me resulta muy difícil esperar; tanto las cosas y los acontecimientos, como a las personas. Esa situación de intensidad permanente a la que mi propio yo me somete repercute en mi forma de ser, en mis relaciones con las otras personas y con las cosas, en mis decisiones y en mi manera de ver el mundo, de sentirlo, de probarlo, de empatizar con él. Soy  obsesivo-compulsiva en todos los aspectos de mi vida.
Del mismo modo que cuando tengo un atracón, supone que no puedo demorar la ingestión del siguiente comestible más tiempo que el necesario para sacarlo de donde se encuentre, también en el resto de deseos que me asaltan y que decido asumir, me resulta imposible esperar los resultados. Todo tiene que funcionar ya, y dar fruto inmediatamente.

sábado, 27 de agosto de 2011

El hogar

En segundo lugar, el hogar, la familia, la casa: Desde afuera somos la pareja perfecta. Sin altibajos exteriores, dos niños saludables y educados (o en proceso de), con recursos suficientes para mantener un nivel de vida medio,… Un observador externo posiblemente calificaría nuestra familia como modelo. Pero lo cierto es que, puertas adentro, las cosas son muy difíciles. La armonía de la relación de pareja se fue hace mucho tiempo, a pesar de que el amor no nos falta. Sin embargo, las broncas son constantes. Tanto uno como otro nos colocamos al borde del ataque permanentemente, línea que traspasamos al menor estímulo. Nuestros enfados recurrentes afectan a nuestros hijos profundamente. Además, nuestra relación con ellos está viciada por ese anterior estado de ánimo de alerta constante; de manera que a la más mínima provocación, saltamos airadamente contra ellos (aunque luego me pene y me sangre el alma por haberles gritado). Por tanto, cierta es esta hipótesis que afirma la Comunidad: mi hogar no es el remanso de armonía que sus miembros necesitan para reposar de las frustraciones del trabajo y el colegio, sino el pozo donde arrojar esos sentimientos negativos, como si de un vertedero se tratara.

viernes, 26 de agosto de 2011

El examen de conciencia

Del mismo modo que antes he hecho con la forma de comer, ahora, me invitan a explorar la afectación del resto de aspectos de mi vida. En concreto, menciona el trabajo y el hogar, pero se refiere a todo aquello que esté relacionado con las obsesiones.
Iré paso a paso: lo primero el trabajo. ¿Hago todo lo mejor que puedo o me conformo con salir del paso? En este caso sí soy obsesiva; intento hacer todo lo mejor. Busco constantemente ser perfecta en todos los aspectos laborales y profesionales, me resultaría intolerable que alguien pudiera reprocharme algún descuido. Esto me supone, generalmente, una dedicación 120% que a veces se me hace difícil de llevar. A priori, parece que el trabajo consistiría, más en una fuente de estrés que el resultado de una mala gestión emocional. Aunque posiblemente más deriva de mi autoexigencia que de lo que mi propio puesto me obliga, si bien es cierto que jefes, compañeros y subordinados esperan de mí todo lo que estoy habituado a dar, y no sé cómo reaccionarían si de pronto decido dar sólo lo justo para disminuir mi ansiedad. Esa sensación de fracaso que seguiría a sus apreciaciones sobre mí, me resultaría tan inaguantable que dudo mucho que redundara en un beneficio en mi estado emocional y psicológico. Por tanto, puedo afirmar que sí soy obsesivo-compulsiva en mi trabajo. No por descuidarlo o ir “pasando”, sino por todo lo contrario, por permanecer constantemente en lucha por la perfección.

jueves, 25 de agosto de 2011

Sólo preciso ayuda con el tema de la comida. El resto de mi vida lo gestiono yo:

Mi desesperanza con la oscilación del peso se limita a ella. Sé ciertamente que necesito ayuda en ese aspecto. Pero jamás me he planteado que mi necesidad abarcara más temas. La ayuda que preciso es muy grande, porque mi problema con la comida es muy grande, pero sólo en eso. Si acudiera a un terapeuta que me examinara, le explicaría con detalle todo lo relacionado con mi manera de comer, con mis problemas a la hora de enfrentarme a la comida, pero no le expondría el resto de particularidades de mi vida, ya que en lo demás soy una persona normal. Con problemas, sí, como todo el mundo, pero que puedo enfrentar sin miedo yo solita.

lunes, 22 de agosto de 2011

Decir que no puedo gobernar mi vida es exagerado:

Mi único problema es el peso. Lo demás sucede por culpa de otras personas. Yo puedo con ello. En realidad, yo puedo con todo.
¿Qué mi vida es “ingobernable”? ¡Mentira!, ¡Sólo mi peso es indomeñable!

sábado, 20 de agosto de 2011

Lo que necesito es adelgazar:

Por tanto, lo que siempre había deseado con anhelo era adelgazar. Mientras fui obesa, el bajar de peso había sido mi objetivo constante hasta el punto de no decidirme a tener hijos por esa razón. Por fin, cuando ya rozaba los 40 años no tuve más remedio que claudicar e ir a la búsqueda de mis niños deseados, aun cuando mi cuerpo era, literalmente, una enorme bola de grasa. Tuve suerte, vinieron bien, dos niños en tres embarazos (el primero se malogró, desgraciadamente); aunque mi cuerpo sufrió secuelas que arrastraré el resto de mi vida. ¡Si hubiera adelgazado antes de empezar…!
Pero no podía bajar de peso. Todo lo que me quitaba, luego lo ganaba nuevamente ¡otra vez!, y en mayor medida. Terminé resignándome a que no bajaría nunca de peso. Creí que jamás llegaría a una talla “normal”. Mi consciencia me decía que sólo quitándome esa grasa de encima, desaparecerían mis problemas, pero como no me era posible, no llegaría muy lejos. Incluso llegué a fantasear con la idea de qué ropa me pondrían en el tanatorio cuando mi enorme cuerpo llegara frío e inmóvil.
¡Si adelgazara…!
¡Si…!
Y ocurrió el milagro: en forma de mala noticia. Una enfermedad genética se me había desarrollado en el interior. Mis órganos afectados iban (y van, e irán) a medio gas. La obesidad no era la causa, pero no ayudaba en la evolución. Ella y los embarazos pudieron acelerar el deterioro. En ese momento, mi chip mental cambió: de off a on. Y surgieron, de pronto, de repente, sin avisar, las fuerzas necesarias para conseguir adelgazar: la tregua (por otro lado, una prueba más de que hasta mi propio subconsciente estaba convencido de que TODOS mis problemas, -incluido el de superar el nefasto diagnóstico-, desaparecerían junto con los kilos).
Adelgacé. Más de 50 kilos. Pasé de la talla 60 a la 38. Cambié un IMC de más de 42 al de 22. De obesa mórbida a normal. Sin problemas ni repercusiones. La enfermedad genética estancada, sin progresar. Tenía motivos para ser feliz.
Pero… acabó la tregua. Cuando llegué a mi peso ideal. En ese momento, todo el mundo: familia, amigos, conocidos, incluso mis médicos,… me recomendaron dejar la dieta y comenzar una alimentación “normal”. Yo entonces, que no conocía la terapia de la abstinencia, comencé a comer “de todo”. Al principio, un poco, pero la bulimia despertó y subrepticiamente volvió a surgir de las profundidades desde mi mente, invadiendo mi cuerpo todo. Y empezó el problema, recomenzó. Y con más violencia.
Yo conocía ya el sentimiento de ser delgada. Y no quería por nada del mundo volver a engordar. Y cuanto más lo deseaba, más engordaba: dieta, ayuno, atracón, dieta, ayuno, atracón… Así iba sumando kilos, con mayor horror cada día.
¡Si no engordara! ¡Todo iría bien!
¡Si no engordara!...
Toda mi razón de vivir giraba en torno a esa idea, obsesiva y machacona. Y cuando más lo temía, menos conseguía sujetar los ataques.
El resto de mi vida: mis experiencias, mis vivencias, mis relaciones con los demás, mi trabajo, todo, absolutamente todo, se hallaba contaminado con esa prioridad. Nada tenía más importancia que eso. Esa era la única opción y el único objeto. Lo demás,… creía que seguiría mansamente la estela de la primera condición, prioritaria para mí: si no engordo, no tendré problemas en ningún aspecto. Todo depende de que consiga no engordad.
Pero lo cierto es que todo iba mal: gritaba a mis hijos, reñía y discutía con mi marido, no atendía a mi familia, en mi trabajo no era todo lo atenta que me hubiera gustado, no empatizaba con mis amigos,…
Pero… si no engordo… todo se arreglará.

jueves, 11 de agosto de 2011

El peso es el problema:

El hecho, indudable, de que no sienta, ni de lejos, la felicidad que un observador externo me atribuiría, lo achaco a los vaivenes en el peso, al miedo, al terror, al pánico, al horror a engordar ni un gramo, a volver a ser una obesa mórbida. Cuando lo era, por que lo era, y ahora que no lo soy, por la probabilidad tan alta de volver a serlo.

martes, 9 de agosto de 2011

Amigos y pareja:

No son sólo los recursos económicos y familiares los únicos medidores externos de la satisfacción. Tienen una gran importancia los recursos sociales, el medio social en el que la persona se mueve, y dentro de éste, sobretodo, el círculo de amistades y la pareja. Cuando alguien tiene, aparentemente, un gran volumen de amigos y conocidos con quienes mantiene una relación cordial, parece que cuenta con un gran incentivo para sentir fluir la felicidad. Y si además, se halla unido sentimentalmente a otra persona, una pareja, con la cual la relación se sostiene estable, puede deducirse que esa persona que cuenta con todos esos medios: economía, familia, amigos y amor de pareja, tiene que ser muy feliz.
También yo cumplo con esta condición, mi círculo de amistades, aunque no es numeroso, no me falta; y mi pareja, mi marido y yo llevamos unidos más de 20 años conviviendo en armonía. ¿Porqué entonces mi vida es “ingobernable”? ¿Porqué no soy feliz?.

lunes, 8 de agosto de 2011

Segunda parte: La intratabilidad de la vida actual

La siguiente máxima de que nos informa la Comunidad es que nuestra vida se ha vuelto “ingobernable”; si bien, aceptar algo así no es tan fácil para muchas personas afectadas, puesto que limitan sus problemas a la pelea con la comida y el vaivén del peso.
Sigue explicando:
Trabajo y familia:
Hay distintas formas para juzgar que todo va bien en la vida de una persona. Una de ellas, y de más valoradas, es disponer de recursos económicos suficientes para más que atender a nuestras necesidades. Generalmente la economía familiar se sustenta en el trabajo propio, tanto si es como empresario, como autónomo, como trabajador por cuenta ajena,… de cualquier modo, excepto permanecer en el paro. Es vital contar con algo que provea económicamente. Pero además, el trabajo también cumple con otra finalidad asimismo importante, que es la autorrealización de la persona, una forma de desarrollo individual y colectivo que contribuye al sentimiento de pertenencia a una sociedad y la aportación a su cultura. Por esa razón, cuando alguien cuenta con un empleo que, más o menos, le satisfaga, puede afirmarse que dispone de uno de los mejores indicadores del nivel de felicidad en su vida.
Otro de los signos que revelan hasta dónde podemos sentir satisfacción es la tenencia de una familia en la que todo funcione bien: sin sobresaltos de enfermedad, relaciones rotas, muertes, etc. Se presupone que cuando una persona se inscribe en el seno de una familia funcional, no tiene motivos (en ese sentido) para sentirse infeliz.
Desde luego, en ambos aspectos cumplo la premisa, tengo un trabajo que me gusta, estable y relativamente bien pagado. Por tanto, desde ahí tengo motivos para ser feliz. También cuento con una familia, sin problemas importantes ni faltas recientes, que me arropan cuando necesito algo y que pueden contar conmigo.

sábado, 6 de agosto de 2011

Estoy enferma

La Comunidad me conmina a aceptar que, tras el análisis anterior sobre mis actitudes ante la comida, sobre mis reacciones ante ella, sobre los efectos que me provoca, sobre las cantidades que ingiero,… no son normales. Las demás personas no se enfrentan así a la comida, la posición que yo adopto ante ella adolece de anormalidad, se sale de lo que hace la mayoría.
Bien, acepto que esto es cierto; aunque hay muchas otras personas que tienen ante la comida alguna igual de mis respuestas, es verdad que todas juntas esas reacciones sólo se dan en mi y en las personas que, como yo, tienen el mismo problema. Eso es cierto.
Por tanto, infiere la Comunidad que estamos enfermos. Pero decir que estoy enferma supone admitir que todas esas actitudes son, en realidad, signos y síntomas de una enfermedad. Que no son falta de carácter, o caprichos de alguien egoísta y fútil, sino la manifestación de una enfermedad.
Vale. Esto lo aceptaré como premisa para seguir avanzando.
Aquí acaba la primera parte, la dedicada a todo lo relacionado con la comida y la forma de comer. A partir de ahora, nos adentramos en las afectaciones emocionales y espirituales.

miércoles, 27 de julio de 2011

Examen de la forma de comer, las variaciones de peso y los trucos autodestructivos.

Se recomienda examen de la forma de comer, la obesidad y los actos autodestructivos para evitar ganar peso: dietas, ayuno, ejercicio excesivo, vómitos,…
Vayamos por partes:
·         Forma de comer: Libros enteros podría escribir aquí. Porque no sólo soy compulsiva en la cantidad, sino también en la velocidad, en la ansia, la prisa, el impulso por acabar cuanto antes. No sólo en mi forma de comer, sino en todo lo que hago. Da igual que tenga cosas que hacer luego o no, siempre voy apresurada. Engullo, más que como. Me resulta difícil disfrutar del sabor de un alimento, porque apenas lo conservo unos segundos en mi boca, que la lengua lo empuja rápidamente a la garganta, donde desaparece literalmente, ya que es tan rápido que para cuando mi estómago se da cuenta del llenazo, es demasiado tarde.
Además, siempre tengo que ser la primera en ser servida, no soporto ver comer a los demás, o mejor dicho, ver no comer a los demás mientras hay comida en sus platos. Y mucho menos aguanto cuando los otros comensales son muy lentos. Me sucede especialmente con mis hijos, que como muchos niños, son problemáticos a la hora de comer, y tengo que reconocer que no llevo con paciencia su desdén hacia los platos (¿puede que esto sea consecuencia de mi culpa?).
También prefiero comer sola. Estar en una mesa hablando con otras personas excita mis ansias y cuando estoy en un grupo todavía voy más rápida que estando sola. La única manera de ralentizarme a la hora de comer es hacerlo sola y leyendo algo (algo que no sea demasiado profundo), que me ayude a distraerme de la comida y recordar que debo masticar lentamente, que no me acelere. Porque cuando me reúno con otros para comer, no sé porqué, pero me entra la prisa por acabar, apenas doy conversación, me limito a escuchar a los otros, y engullir lo mío (aunque en público casi nunca me excedo comiendo en cantidad).
Y todo eso, cuando se trata de la comida normal, porque en el momento del atracón, como sola, siempre, frente a la tele, al ordenador o una revista, velozmente, aunque va disminuyendo la rapidez conforme se llena el estómago.
Casi siempre sentada, eso sí, excepto cuando ataco directamente desde la nevera, en que me planto enfrente con la puerta abierta y con cuidado de no ser vista, voy haciendo desaparecer los comestibles que encuentro. Pero prefiero hacerlo sentada, tanto en las comidas normales como en los atracones. La diferencia entre ambas en este sentido es el lugar en que me siento. En las comidas, normalmente, en la mesa del comedor, y cuando sufro los atracones, en otro lugar siempre, en el sofá, la silla del ordenador,…
·         Obesidad: Sí, he sido obesa, obesa mórbida, con un IMC mayor de 42. Pero hace tres años me fue concedida una tregua (debido a circunstancias dramáticas que influyeron en mi psicología), e inicié un régimen. Al principio solo baje 7 kilos en un año. Todavía me faltaba la mala noticia definitiva que influiría en mi psiquis; pero cuando me la dieron, hace ahora 2 años, el régimen se convirtió en muy estricto, con lo que bajé rápidamente hasta pasar, de una talla 60 a una talla 38 en poco más de un año.
Y precisamente en ese punto retomé mi calvario. Acabé la tregua. Una vez que terminé mi dieta, cuando ya había alcanzado mi peso ideal, fue cuando todo el mundo me recomendó volver a comer normalmente. Yo, creyéndome normal, empecé a probar todos los alimentos que durante el régimen me estuve privando, entre ellos, y sobretodo, los dulces. Poco a poco, cuantos más iba empezando, más era el ansia de seguir. Hasta que un día, tuve mi primer atracón. En una progresión acelerada, fui repitiendo los atracones, y también ganando peso. ¡Otra vez! Me veía ya con 50 kilos más nuevamente. ¡NOOOOOOOOOOOOOOOO!
·         Actos autodestructivos para evitar ganar peso: Antes de adelgazar hasta mi peso, antiguamente, hacía dietas, pero no duraban mucho tiempo. Creía que era falta de voluntad. A veces, conseguía bajar algunos kilos (incluso alguna vez he llegado a disminuir muchos), pero nunca dejaba la franja del IMC de obesidad grave. Me creía un caso perdido. Por ello, no recurría a actos autodestructivos.
Llegué a intentar los vómitos, pero mi sistema digestivo está configurado de tal modo que no le resulta fácil alcanzarlos. No podría conseguir revertir el contenido estomacal al exterior. Me resigné a una suerte malignizada de obesidad.
Pero después de llegar a mi peso ideal durante la tregua, la cosa cambió. Cuando la bulimia volvió a atacar duramente, en atracones que me podía suponer unos 2 o 3 kilos por sesión, comencé a desesperar. El ayuno de entresemana era riguroso, para el fin de semana, destrozarlo en unas horas.
El ejercicio cada vez más intenso. No puedo aumentar la resistencia, por un problema de salud que arrastro, de modo que aumento el tiempo, y cuando tengo que saltarme un día sin mi ejercicio de una hora mínima (a veces 2 y media), me pongo nerviosa e histérica porque me entra la neura de que voy a engordar.
Sigo sin vómitos, porque aunque me meta los dedos en la garganta, mi estómago no se encoge. De modo que no vomito porque no puedo, no porque no quiero.
Sí son actos autodestructivos como forma de castigar mi cuerpo; como si él tuviera la culpa de mi obsesión por la comida.

lunes, 25 de julio de 2011

Negación

Lo curioso del caso es que nunca me había planteado estos trastornos como parte de una enfermedad. Siempre las había tomado como un rasgo de carácter débil y voluble. Es precisamente ahora, cuando tomo conciencia de su calificación como una enfermedad, que no he contraído porque sea mala persona o la mereciera de algún modo, sino porque el destino me ha escogido a mí para padecerla, lo mismo que a otras personas escoge para otras enfermedades o sufrimientos.
De este modo, no me resulta difícil aceptarla como tal. Pero para mí, para nadie más. Bien es cierto que, aunque se considere como una patología, no me atrevo a confesarlo públicamente. Sólo mi marido y mi madre lo saben, mi hermana lo ha adivinado, pero nadie más. Ningún amigo, conocido, familiar, compañero,… nadie lo sabe, al menos por mí. Ni siquiera mi médico. No soy capaz de reconocerme ante el mundo como una paciente de semejante enfermedad. No quiero exponerme a las habladurías ni al enjuiciamiento que el resto de la sociedad tiene de este trastorno.
Por tanto, realmente no reconozco esta enfermedad.

lunes, 20 de junio de 2011

Una ayuda más fuerte que yo

La fuerza que necesito para vencer las demandas tiránicas de esta enfermedad psíquica es mayor de la que yo puedo desplegar. Necesito que alguna energía externa a mí, y mucho mayor que yo, me pueda infundir la capa de vigor suficiente para que, en cuanto  aparezcan los apetitos obsesivos consiga sacarlos fuera de mí, para que no entorpezcan mi vivir y mi tranquilidad. ¿Es esto posible? ¿Existe esa fuerza en algún lugar del universo? ¿Dónde está? ¿Yo podría tener acceso a ella?
Porque lo cierto es que la preciso, si quiero conseguir dejar de comer de esta forma apremiante, forzosa, perentoria, inexcusable,… Si quiero salvarme de esta prisión a la que este maldito destino me ha condenado y no volver a engordar nunca más, nunca más, nunca más,… Mi mundo se desmorona si no lo consigo. Incluso me he planteado el dejar de existir, dejar de padecer, dejar de sufrir, simplemente, no estando. De ese modo ya no habría prisión, ni cadenas, ni monstruo. Mi alma sería libre para volar, o para caer en la nada, lo que sea que haya más allá.
Pero por otro lado,… mi familia, mis hijos, mi marido, mis compañeros, mi trabajo, mis amigos, todos los que me rodean, y me necesitan,… no puedo hacerles eso. Tengo que estar aquí.
Aunque para un “estar aquí”, “no estando”… Ya que la celda en la que me mantiene la enfermedad, ¿merece la pena aguantar? ¿Cuánto tiempo?

domingo, 12 de junio de 2011

Necesito ayuda

Ha llegado el momento desesperado, de convencerme de que nada de lo que yo haga, emprenda, me prometa, me ilusione, acometa,… nada hay que me vaya a ayudar a salir de este círculo vicioso, agobiante, atenazante, aprisionador, encadenante, que no ceja de mantener mordida a su presa, dejándola a merced de las exigencias del monstruo. A estas alturas, me convenzo de que nunca, con la fuerza de voluntad, seré capaz de salir. Lo sé. Eso es cierto.
Necesito ayuda, pero ¿de quién? No hay psicólogo ni psiquiatra en quien crea o confíe. Además, los de la Seguridad Social no tienen citas, hay que aguardar una lista de espera inmensa. Los privados son muy caros, y no me llega. Y aún más, no tengo confianza en sus métodos pastilla-derivados. Entonces, ¿Quién me puede ayudar? ¿Dónde lo busco? ¿Qué me propone la Comunidad? Es lo único a lo que me puedo agarrar.

jueves, 2 de junio de 2011

La dieta la rompe siempre algún atracón

Situación aquella que además, se repetía en periodos cada vez más cortos, en intervalos de tiempo más y más justos, hasta que llegaba el día en que, incluso, ya no se daba discontinuidad, y tras un atracón, venía otro sin descanso, con lo cual, todos nuestros esfuerzos anteriores iban al traste. Cualquiera que fuera nuestra motivación inicial, nuestro impulso primigenio, terminábamos cayendo estrepitosamente, sumidos en el caos alimenticio, psíquico y moral más absoluto, en un infierno sin fin que acallábamos y dormíamos con comida y más comida.

miércoles, 1 de junio de 2011

Las ganas imperiosas de comer son inevitables

En consecuencia, aunque nuestra resolución por hacer dieta hubiera sido muy fuerte, aunque estuviéramos muy concienciados, e incluso bien dirigidos por profesionales de la nutrición; e incluso aun cuando durante algún tiempo hayamos sido capaces de seguirla y haber conseguido resultados positivos, siempre llegó un momento, fatídico, en el que la ofuscación por comer nos llevó al atracón, irremediable, imparable, indefectiblemente, a caer en un agujero que posteriormente sus efectos fueron devastadores, tanto a nivel biológico, por el aumento de peso que supuso (o/y los vómitos y malestares consiguientes), como psicológicos, por lo que implica semejante fracaso, que en la mayoría de las ocasiones nos condujo a terminar abandonando la dieta, y dejándonos llevar por la pesadilla de la ingestión masiva.

martes, 31 de mayo de 2011

Los métodos psicológicos habituales no funcionan

Sólo con la dieta, hace que nuestro pensamiento se focalice en ella constantemente, todos los momentos del día nos obsesionamos en cuándo volverá a llegar el siguiente momento de comer, además de recordar reiteradamente los alimentos prohibidos, echándolos de menos y deseándolos sin cesar.
De esta manera, no funcionan los trucos habituales de las dietas: autocontrol, animarse por perder kilos,… Porque los refuerzos psicológicos que sí tienen efectividad en una persona normal, cuyo pensamiento no se enfoca constantemente en lo que come o en lo que no, fracasan en las personas afectadas, en cuyas mentes, no caben, muchas veces, otras preocupaciones que superen la sucesión machacona de deseos de ingerir comestibles. Aún cuando esos deseos provengan de intentar tapar las demás aflicciones.

domingo, 29 de mayo de 2011

¿Por qué a mí no me funcionan las dietas?

La Comunidad argumenta que la causa de que no funcionen las dietas es que la enfermedad no es sólo de afectación física, sino también emocional y espiritual. De modo que, un tratamiento enfocado únicamente a corregir el aspecto físico-biológico, no puede tener éxito, si no se complementa con una terapéutica adecuada de los otros dos niveles, el emocional y el espiritual.
Habría que encaminar la respuesta, no sólo en la dieta, sino también en el mundo de los sentimientos, controlando las pasiones que nos sirven de excusa para volver a caer, y en el mundo espiritual, sea donde sea que éste se encuentre afectado.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Si cada vez que he hecho dieta, he terminado mal

Regímenes he empezado muchos, pero no duraban demasiado tiempo. Al final, siempre caigo en las mismas. Intento restringir las calorías al máximo, pero no soy capaz de mantenerlo la temporada suficiente como para que surta efecto suficiente.
En consecuencia, los kilos comienzan a subir en un proceso ascendente y oscilante: subo 3, bajo 2, subo 2, bajo 1,…; al final el balance final tiende a la subida, y acabo con kilos de más, que poco a poco, la ropa y los cinturones van notando.
A este paso, en pocos meses me veré otra vez con 50 kg de más como los que me pude quitar durante la tregua. Ni siquiera sé si habrá nuevamente tregua o no, que me permita descansar de este cepo que me atenaza. Mucho me temo que no.

martes, 24 de mayo de 2011

¿Cómo? ¿Con mi exigua fuerza de voluntad?

Reiteran que dicha abstención no se puede practicar confiando exclusivamente en la fuerza de voluntad.
Lo cierto es que puedo plantearme un régimen de comidas que no incluya los alimentos compulsivos principales. Pero en el día a día, pueden suceder muchas cosas que me obliguen a acudir de nuevo a ellos, y como ya se ha dicho, la reacción que desatarían sería mayor que la que tengo hoy.
El gusto por esos comestibles es tan grande que podría renunciar de forma normal, pero habrá momentos en los que verdaderamente los “necesite”. Y en el momento en el que rocen mi paladar, desencadenarán de nuevo el atracón. Aunque en ese momento, sé que me autoengañaré diciéndome que no, “sólo un poquito”, “ahora uno más, sólo uno”, “bueno,… por un tercero”, “ya total, más de tres,… pues otro”.
Y ni la fuerza de voluntad más férrea me podrá frenar.

lunes, 23 de mayo de 2011

No inicio = No desarrollo

La siguiente frase afirma que lo que no hay que comer es “lo que no debemos” para evitar desatar la reacción subsiguiente que conduce al atracón.
Voy a deducir que lo que no debo comer es todo aquello que me desencadena la obsesión, y que antes he detallado. Todos aquellos alimentos que enumeré en primer lugar.
Ahora bien, ¿qué hago con los dudosos?
Y también, si cierta elaboración culinaria los contiene, ¿debo eliminarla asimismo?
Pongo un ejemplo: El alimento más compulsivo que tengo es el azúcar. Bien, por tanto, debería quitar de mi dieta todo lo que lo lleve como ingrediente principal: bollería, postres, caramelos, chocolate,… Ahora bien, hay algunas cosas, como el tomate frito, o el kétchup, que, pese a no ser dulces, lo contienen como antiacidulante.
O en el caso de las harinas, retiro el pan, las tostadas, las galletas, etc., pero ¿qué pasa con los rebozados, que la llevan pero no en gran cantidad?, ¿Y el las salsas?
En cuanto a los alimentos dudosos, ¿Qué pasa con los frutos secos? ¿y las frutas?
Dada la solución al problema, resulta que tengo más dudas que antes.

sábado, 21 de mayo de 2011

¿Solución?

La siguiente frase que añade la Comunidad es la clave de la solución: dice, sencillamente, y en dos líneas, que la única oportunidad de librarnos de la esclavitud que supone estar encadenados permanentemente a esa reacción aberrante que conduce al atracón, es… la abstinencia. ¿Abstinencia de qué? De todos los tipos de comida y de comportamientos que nos generan el problema.
De modo que, ¡hay una solución! ¡Hay una esperanza! ¡Existe una salida! ¡Se pueden controlar los ataques! ¡Es posible ponerse por encima de ellos para que no surjan!
Pero ¿Funcionará?
Y además, ¿cómo lo consigo? ¿Cómo puedo abstenerme de los alimentos y comportamientos lesivos?
Algo en apariencia tan sencillo, cuando vas a ponerlo a la práctica, ¿cómo se hace? Abstenerse de comer no es tan simple como abstenerse de, por ejemplo, fumar. El cuerpo necesita alimentarse y nutrirse, ¿Cómo entonces me abstengo de los alimentos problemáticos?, y además, ¿a qué comportamientos generadores de problemas se refiere?

jueves, 19 de mayo de 2011

Recaídas

Esta hipótesis incluso va más allá. Indica que la vuelta del desorden tras la temporada de estabilidad es mucho más virulenta que antes, los ataques son más contundentes, nos es más difícil pararlos, duran más tiempo y son más exigentes en cantidades, los efectos son mayores. La reacción es imparable, como si tanto tiempo de permanecer sujeta le hubiese dado un impulso para surgir volcánicamente otra vez.
Esto me sucedió. Tras la tregua, cuando una vez acabada la dieta, porque ya había bajado todo el peso que me propuse bajar, una vez que regresé a una alimentación “normal”, surgió el monstruo y fue progresando rápidamente, aumentando sus exigencias de atracón en atracón. Tanto en cantidad de comida ingerida cada vez mayor, como en la frecuencia de sus ataques, más seguidos cada semana. Causándome asoladoramente, una depresión más y más profunda, sin piedad.
Entonces, ¿no hay esperanza?

miércoles, 18 de mayo de 2011

Tendencia crónica

Esa reacción está inscrita en el ser, es inherente a la persona, acompaña al afectado durante toda su vida. No existe nada que la elimine. Jamás se librará de ella. Será un enfermo crónico todo el tiempo que le reste de vivir.
Esto supone que aunque haya periodos durante los cuales sea posible controlarlo (de hecho a mí me duró dos años la tregua), siempre vuelve. Y cuando esos alimentos malditos irrumpen en la dieta nuevamente, la reacción surge inmediata, inexorable, impunemente; volviendo a sumir al individuo en el más duro de los castigos, obligándole, como en una sesión de tortura medieval, a ingerir demoledoramente más y más. Con cantidades cada vez mayores. Nunca desaparece, siempre estará allí agazapada, ladina, expectante,…
Jamás podré comer normalmente. Durante todos mis días tendré esa tendencia destructiva, aunque consiga controlarla un tiempo, siempre volverá. Jamás seré normal.

lunes, 16 de mayo de 2011

Señales especiales

Explican que a las personas afectadas, esos alimentos concretos, les transmiten señales determinadas (¿al cerebro?), diferentes de las que reciben las personas normales.
Esto implica que las demás personas no oyen en su cabeza esas órdenes ineludibles que les arrastran irremediablemente a repetir la comida de forma indefinida. Que esas personas normales, una vez que han probado un trozo, dejan de pensar obsesivamente en lo que se ha quedado en la bandeja, haciendo recuento mental y visual de los pedazos que quedan y lo bien que sentarían deshaciéndose en la boca, se olvidan de ellos sin prometerse que “sólo comerán uno más”, sin notar desgarradoramente, una vez que se han acabado las porciones, que precisan imperiosamente colmarse con otras cosas similares, y si no hay parecidas, pues otras, las que sean, abalanzarse sobre ellas, ingerirlas, tragarlas, engullirlas, devorarlas,… lo que sea, con tal de acallar esas voces.
Es decir, que esas personas normales, no es que tengan una fuerza de voluntad mayúscula, a prueba de bombas, sino que realmente ¡No las echan de menos!.
Pero, ¿Estas personas existen? ¿Lo normal es que se sacien con sólo probar?
O ellos no tienen esas reacciones psicológicas que yo sí tengo, o bien sus voluntades son ingentes. Pero en este caso, ¿por qué en otros ámbitos sí soy más fuerte que ellas? ¿Sólo en cuestión de comer me ganan?

viernes, 13 de mayo de 2011

¿Qué alimentos me desatan el atracón?

Yo podría referir la mayoría de esos alimentos específicos que me desatan el atracón. Aunque aún dudaría con otros. Lo mismo que hay muchos que sé seguro que no me van a afectar. La Comunidad afirma que aunque hay personas que no sabrían señalarlos, la mayoría sí podemos. Yo puedo saber cuáles son, al menos los principales:
·         El azúcar, en todas sus variantes:
o   Sólo, como edulcorante (tanto glucosa como fructosa –miel-).
o   Utilizado en cocina para postres.
o   Repostería, en combinación con las harinas refinadas: Galletas, bollería,…
o   Dulces: Bombones, caramelos,…
·         Harinas refinadas:
o   Pan, tostadas, bizcochos, biscotes, galletas,…
o   ¿Pasta italiana?
o   ¿Rebozados?
·         Edulcorantes artificiales: sacarina, aspartamo,…
·         ¿Frutos secos?: Sé que las nueces con cáscara no me desencadenan el efecto. Pero los frutos secos pelados ¿sí?.
Desde luego, los que seguro que me van a empujar a un nuevo ataque son la bollería y las galletas. También, en segundo lugar, los dulces y postres, y por fin, los panes y tostadas. Los edulcorantes artificiales también (necesito de 10 a 14 pastillitas de edulcorante en una taza de infusión para empezar a notarla bien de sabor). Los frutos secos es más dudoso, me gustan, pero no sé si me inician la gula. En cuanto a los fritos, sí me afectan los que llevan bechamel (croquetas, fritos de huevo, de jamón y queso,…), pero si no llevan bechamel, no (aunque incluyan algo de harina para el rebozado).
Desde el otro lado, sé seguro que no me provocan problemas todas las verduras y las proteínas (carnes, pescados y huevos).
En el medio, entre unos y otros, están los lácteos (naturales) y las frutas.
Bien, ya están destacados todos los alimentos que me llevarán otra vez a la prisión mental del bucle que supone repetir ración, y repetir, y repetir,…. Y repetir,…
Estos, por supuesto, son las comidas que me afectan a mí. Por supuesto no son los mismos que los que pueda tener otra persona. Cada uno tendrá que estudiarse a sí mismo, y realizar el mismo esquema, pero aplicado a su individualidad.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Comparativa

A continuación, se exponen las diferencias entre una persona no afecta por la enfermedad y otra que sí lo está. Tengo que continuar diciendo que sí estoy de acuerdo con ella en este punto, porque parece que me hubiesen visto a mí antes de escribir ese párrafo. Argumentan que una persona normal también puede recurrir a la comida y a sus excesos para encontrar placer y evadirse de los problemas, exactamente igual que una persona con ataques de atracón. Ahora bien, así como el que es normal, cuando ha comido una determinada cantidad, se sacia y deja de comer, toda vez que nota el estómago más o menos lleno, los afectados no. No podemos parar de atiborrarnos, aun cuando tengamos el vientre repleto, como si ya no existieran más comidas en el mundo, aunque estemos henchidos, seguimos comiendo.
Sigue explicando cómo a las personas afectadas, además, ciertos alimentos les provocan una reacción extraña, de modo que cuando los prueban, incluso con pequeñas cantidades iniciales, que satisfacen a la mayoría de la gente, a nosotros nos incitan a repetir otra porción otra vez, y otra, y otra,…
Esto lo he vivido yo. Alguna vez que alguien ha llevado un aperitivo al trabajo, apetitoso, dulce o salado, pero sabroso, atractivo,… Mi mente me decía: sé educada, y come sólo uno. Mis manos se extendían (más deprisa de lo que mi consciencia hubiese querido) hasta alcanzar uno de aquellos bocaditos. Directamente a la boca,… hummm, delicioso, se deshace entre el paladar, llenando todas mis papilas gustativas, a la vez que se derrama por todos los huecos que se forman en la mucosa bucal, colmando mi sentido del gusto hasta límites insospechados. Poco a poco rebosa hacia la garganta y mi faringe va ingiriendo la delicia, que se deposita en el estómago.
Pero, ¡Oh sorpresa!, sucede que cuando ya no queda más en la boca, mi mente siente cómo, a la vez que se llena un poco el estómago, ella nota un vacío. Está segura de que ese vacío se satisfará si otro aperitivo vuelve a pasar por la garganta. Y, disimulando mis prisas por coger esa segunda parte, a la vez que desviando la atención para que nadie se dé cuenta de que ya es repetición, vuelvo a alcanzar otro bocado que, rápidamente, acaba en mi cuerpo. Esta vez, el paladeo es menos intenso, y su duración, mucho más corta. El alimento, de pronto, ya se encuentra en mi estómago. Esta vez, éste empieza a sentirse satisfecho, pero sin embargo, es una sensación que yo le ignoro, no me fijo para nada en cómo se nota mi vientre, más bien, estoy pendiente de lo que mi cerebro, castigador, me repite incesantemente: el vacío que sentía se agranda, y conforme más se llena el intestino, mayor es el vacío en mi cabeza. Cuando nadie me ve, cuando los demás ya han terminado su trozo de aperitivo, yo vuelvo a meter la mano en la caja para coger un tercero, que engullo rápidamente, no sea que alguien me pille. Según van pasando los siguientes momentos la necesidad de comer otro pedazo es mayor cada vez, aun cuando el estómago comienza a protestar de lo hinchado que ya está, pero que mi mente, ladina, acalla. Cuando termino el turno de trabajo, y puesto que no he podido llenar ese vacío mental que ahora es tan grande como un agujero negro, en cuanto llego a casa arramblo con el primer comestible que contenga hidratos de carbono refinados que tenga a mano.
Al final, cuando se acaba el atracón, arrepentimiento, pena, vergüenza, frustración, rabia, impotencia,…
Es curioso, pero se ha cumplido al pie de la letra eso de la reacción extraña. Mi intención era solamente probar el primer bocado del delicioso aperitivo, exactamente como han hecho los demás compañeros, pero he acabado atracándome con cualquier cosa que tuviera a mano y que se pueda comer.

martes, 10 de mayo de 2011

Estoy afectada

Sea cual sea la causa que provoca esta enfermedad, independientemente de porqué la sufrimos, lo cierto es que la padecemos. Esto es lo único que sabemos de verdad: tenemos un problema, un grave problema con la comida.
Del mismo modo que otras personas con otras enfermedades tienen dificultades a la hora de andar, de manejar objetos, de ver, de oír, de soportar determinado dolor, etc., nosotros tenemos serios impedimentos en el momento de alimentarnos normalmente. Nuestra nutrición está absolutamente desequilibrada, en algunas personas por exceso, en otras por defecto, pero en cualquier caso, mal.
Y no sólo ahí se muestra la enfermedad. Además existen muchos otros síntomas que afectan al devenir de toda nuestra vida, del mismo modo que un dolor perturba a muchas parcelas del ser humano (cuando nos duele algo, no tenemos ganas de reír,  de bailar, de correr,…, nos sentimos irritables y a veces preferimos estar solos,…), estas limitaciones nutricionales también provocan respuestas anormales en otros ámbitos: comportamientos, pensamientos, decisiones, respuestas, etc.
No somos personas normales. Tenemos una dolencia especialmente limitante, y es crucial que seamos conscientes de ello.

lunes, 9 de mayo de 2011

Transmisión genética

Uno de los factores etiológicos que se barajan actualmente como causantes de muchas enfermedades es el genético. Este tiene dos vertientes:
·         La variante hereditaria: Cuando la causa de la enfermedad se aloja en un gen alterado que se transmite de generación en generación a través de la herencia que los padres traspasan a sus hijos con su ADN.
·         La variante congénita: Cuando la alteración de ese gen causante de la enfermedad procede de una metamorfosis de ADN ocurrida durante la concepción o el embarazo, de modo que a partir de una célula embrionaria que ha mutado se crea un individuo que arrastra dicha alteración.
Ignoro a qué predisposición genética se refiere la afirmación de que es posible haber nacido con ella; pero de cualquier modo, si ese fuera el origen, implicaría que el desarrollo de la enfermedad estaría relacionado más con factores externos a nuestra voluntad que a nuestra “negligencia”; ya que entonces, nuestros comportamientos, conductas, estilos de vida, educación, etc., poco habrían tenido que ver con el hecho de que se hubiese desencadenado la enfermedad.
Ahora bien, también es cierto, que las últimas corrientes científicas no exoneran de culpa a los comportamientos humanos como detonantes del desarrollo de enfermedades genéticas que con un modo de vida sano no se manifestarían, aun cuando se lleven implícitas en los genes. Pero incluso en este caso, tampoco seríamos responsables, ya que nadie sabe si su cuerpo incluye una carga biológica semejante, y además, cuando nos han inculcado malos hábitos respecto a la comida durante la infancia, o no nos han sabido armar bien emocionalmente a la hora de enfrentarnos a las dificultades, de manera que las solventamos con adicciones, (lo que constituiría la predisposición emocional), tampoco somos responsables. Sí lo seremos a partir del momento en el que seamos conscientes del impacto negativo de esas conductas, pero una vez instaurada la adicción, el tratamiento no es tan sencillo como decirnos: a partir de ahora, come sano y enfréntate a los conflictos con armas emocionales, no exteriores. ¿Qué bulímico es capaz de razonar eso desde su enfermedad?. Podremos tenerlo en cuenta en los momentos de lucidez, aun cuando no es tan fácil; pero en ningún caso, el solo hecho de saberlo, frenará los ataques.
En consecuencia, tanto si es una enfermedad genética como si no lo es, lo cierto es que estamos afectos por un padecimiento ajeno a nuestra voluntad y del que no somos responsables.

domingo, 8 de mayo de 2011

¿Cuál es el origen?

Afirman que el origen de esta disfuncionalidad no tiene una causa conocida. Existen factores relacionados, como los malos hábitos adquiridos en la infancia, los problemas de adaptación, el gusto por la comida,… pero ninguno es la etiología primigenia de la bulimia, al menos por sí solos.
Puedo aceptar esto. Lo cierto es que no conozco ningún descubrimiento científico sólido que pueda argumentar a favor de una causalidad concreta de la bulimia; ni tampoco de la mayoría de las enfermedades mentales. Actualmente, la medicina cuenta con medios para tratar con fármacos la mayoría de las alteraciones psiquiátricas conocidas (paranoia, esquizofrenia, psicosis, neurosis, etc…); sin embargo, en ninguna de ellas ha podido desentrañar cuál es el motivo por el que algunas personas las padezcan o surjan en cierto momento de sus vidas, y otras no.
Y si calificamos la bulimia como enfermedad psíquica, que se nutre también de parecidos procesos mentales que se han alterado, es lógico darse cuenta que el origen de la enfermedad aún no ha sido desentrañado. De modo que nadie sabe con seguridad porqué alguien puede llegar a sufrirla, mientras otra, en sus mismas circunstancias, no la desarrollará nunca. Así pues, lo trágico de esta dolencia es que no se sabe, a priori, si va a aparecer en nuestro cuerpo, o en el de nuestros seres queridos, o no. Sólo a posteriori se podrá detectar el diagnóstico, identificándola cuando ya se ha instalado, e incluso, ha devastado al enfermo. Ya que muchas veces, para cuando llegas a darte cuenta de que tienes un verdadero problema con la comida, has llegado muy lejos en las obsesiones, las compulsiones, y los excesos, que pueden, además haber acarreado daños adicionales de tu salud.
Sin embargo, del mismo modo que sucede con muchas enfermedades crónicas actuales, aun cuando el origen es desconocido, sí se sabe que existen factores de riesgo que pueden propiciar su manifestación; y en este caso, podría considerarse que una persona en cuya niñez se le haya inculcado una relación sana con la comida, sin angustias sobre ella (entre las que se incluirían, por ejemplo, las madres obsesionadas con que su niño les coma), tendrán menos facilidad de desarrollar una disfunción de la alimentación que las segundas. Así como también, las personas que tengan menos recursos psicológicos para enfrentarse a los acontecimientos de la vida diaria, con sus dificultades y obstáculos, serán también más propensas a la perturbación psíquica.
Ahora bien, no entiendo mucho que el gusto por la comida pueda facilitar la instalación de la enfermedad de la compulsión por la comida, ya que esmerados gourmets de todo el mundo, lo son, precisamente, porque cuando prueban un nuevo plato, exquisitamente preparado, no lo devoran, sino que lo prueban, lo describen, y… ya está. Nosotros, sin embargo, ante semejante manjar, comenzaríamos delicadamente el primer bocado, y poco a poco, aumentando progresivamente la velocidad de la ingestión, acabaríamos el plato, y después continuaríamos con otro, con otro, con otro,… No sé. Supongo que si es algo que no te gusta no será fácil que constituya un detonante de la enfermedad. De todos modos, lo que se afirma es que no es esa la causa, sino que puede contribuir a su aparición.

sábado, 7 de mayo de 2011

Niveles y misticismo - Última Parte

·         Niveles de espiritualidad, en Yahoo: Define espíritu como la facultad impulsora que apoyada en nuestros cinco sentidos, ayuda a nuestra mente a conseguir objetivos. Sigue con un ejemplo que muestra el espíritu como la musa, la inspiración de un artista, que queda reflejado para siempre en su arte.
Por tanto, induce que la espiritualidad es un nivel de pensamiento superior que solo poseen determinadas personas (las más sensibles, las que sienten mayor amor por la vida,…), si bien añade que todo el mundo alcanza cierto grado, aunque sea menor, e incluso que se puede heredar de padres a hijos.
De este modo, existirían diferentes grados, desde el nivel de algo que no “crea”, como una piedra, pasando por los seres “creadores de vida” (plantas, animales,…) y que culminaría en Dios, quien ostentaría el máximo.
Esta acepción aparenta ser interesante, pero sigo buscando, porque no tengo conocimientos suficientes para entender el nivel espiritual como algo intermedio entre una piedra y Dios.
·         Misticismo: Esta página web entiende el nivel espiritual como la capacidad de acceder al conocimiento interno, innato en las personas, a través de la entrada en las características de la mente subconsciente. Para conectar con él se necesita superar las creencias limitantes, conflictos internos y falsas creencias imbuidas en nosotros desde niños, y que se encuentran fuertemente arraigadas en nuestro ser, y nos impiden ver la luz de la verdad. Es fundamental el deseo de cambio y ligar la búsqueda a las emociones, de forma que se debe sentir alegría en el camino, fluir o dejarse llevar por la corriente creadora, para lograr iluminar totalmente la vida y acceder a cosas inimaginables.
Esta página tiene la ventaja de desligar el nivel espiritual de la religión, pero el problema se encuentra a la hora de desarrollar sus argumentos: no sé lo qué es la “corriente creadora” ni cómo vencer las creencias limitantes y conflictos internos.

En definitiva, nada de lo que he examinado hasta ahora me sirve. Pero al menos me he adentrado en lo que la mayoría de los autores comprenden como nivel espiritual, aunque ignoro lo que la Comunidad entiende como tal. De modo que, creo, la mejor opción por el momento, va a ser dejarla de lado y continuar exponiendo sus afirmaciones. Más adelante volverán a retomar el tema y veremos qué partido tomar.

viernes, 6 de mayo de 2011

Espiritualidad y salud - Quinta Parte

·         Espiritualidad y salud: En una página web orientada al cuidado de la salud (familydoctor.org). Aquí se incluye el cuidado del nivel espiritual como parte importante del tratamiento de la salud humana. Ante esta perspectiva, me animo a seguir, porque es precisamente lo que estoy buscando.
Define espiritualidad como la forma de encontrar significado, esperanza, alivio y paz interior en la vida. Reconoce que es diferente para cada persona. Algunas lo encuentran en la religión, otras a través del arte, o de la naturaleza, o de los valores y principios. Añade que el espíritu está conectado con la mente y el cuerpo, de modo que las creencias positivas, el alivio, la fuerza de la religión, rezos o meditaciones, pueden contribuir a la curación de las enfermedades y a elevar el sentimiento de bienestar. La mejora de la salud espiritual contribuiría a sentirse mejor, prevenir problemas de salud y a afrontarlos cuando aparecen.
En cuanto a las formas de mejorar este nivel personal, adelanta que es distinto para cada persona, de manera que lo que a algunos funciona, a otros no. Cada uno debe buscar su sistema. Ofrece dos ejemplos:
o   Identificar cosas que den sentido de paz interior, alivio.
o   Emprender actuaciones que ayudan espiritualmente: servicio a la sociedad y voluntariado, rezar y meditar, leer libros inspiradores, caminar por la naturaleza, pensar, practicar yoga, deportes, o asistir a servicios religiosos.
Por último, resalta la importancia de comunicar al médico las interferencias que notemos en este sentido, para que lo tenga en cuenta a la hora de valorar nuestra situación sanitaria y pueda planificar mejor un tratamiento adecuado o derivarnos a algún profesional competente en la materia.
Me he extendido un poco en el desarrollo de este punto de vista porque me parece el más adecuado al sentido de nivel espiritual que estoy buscando.
Sin embargo, seguiré examinando otras dos páginas más, a ver si puedo concretarlo más.

jueves, 5 de mayo de 2011

Espiritualidad en la Wikipedia - Cuarta Parte

·         Wikipedia: Recoge cinco acepciones del término:
o   Tradicional: La relación del ser humano con un ser superior o Dios: Esta visión de la espiritualidad sería semejante a la última que he referido del Diccionario de la RAE. Y me resulta igualmente inaccesible.
o   Filosófica: Oposición entre materia y espíritu, e interioridad y exterioridad. Esta concepción alude a la inmaterialidad, ya examinada, y que me parece también bastante inaprehensible.
o   Búsqueda del sentido de la vida y enfoques relacionados (Nueva Era, Iniciación, Rito): Esto me orienta hacia ideologías, líneas, corrientes de pensamiento esotérico, que jamás he comprendido, y cuyo sentido se me hace muy difícil de desentrañar.
o   Espiritualidad sin Dios, forma separada de la fe: Simplemente no tengo palabras para desarrollar algo que no conozco. Si ya con Dios me es difícil, imaginar una “religión” sin Dios, me es imposible.
o   Ámbito literario: Enfocado a aspectos estéticos y estilísticos: Dudo mucho que esta acepción esté relacionada con la bulimia, donde los estilismos se limitan a la imagen del propio cuerpo que cada uno observa en su espejo.
Wikipedia descartada.

miércoles, 4 de mayo de 2011

El alma - Tercera parte

·         Vivacidad, ingenio: Esta manera de entender el espíritu añade una nueva perspectiva, incluiría la capacidad humana para imaginar soluciones a sus problemas y desafíos. Visto desde aquí, el nivel espiritual sería la competencia para superar dificultades de que dispone cada uno, la forma en que imagina soluciones para atravesar momentos y situaciones críticas. Y eso es lo que, afirman, estaría alterado en las personas bulímicas, no seríamos capaces de superar los problemas. Ahora bien, ¿qué problemas? ¿Todos? Esto no es cierto. Siempre me he tenido por una persona imaginativa, y puedo buscar salida a muchos conflictos. El único obstáculo con el que no puedo lidiar es el control de la ingesta espasmódica de comestibles. Lo demás, todo va bien. De hecho, soy una persona muy activa, siempre integrada en un millón de proyectos, que voy llevando a cabo. Y no soy de las que se dejan las cosas a medias, persevero hasta llegar a acabarlos. ¿Dónde encaja aquí la alteración del ingenio?
·         Figuradamente: principio generador, carácter íntimo, esencia o sustancia de algo. Esta es la última acepción de la RAE que puede relacionarse con el significado que busco. Desde ésta, la espiritualidad sería todo lo que formara parte de la esencia humana ¿qué supone ser una persona y no otra cosa? ¿en qué nos diferenciamos del resto de la creación? Esto es muy difícil de responder así de pronto. Multitud de filósofos, teólogos, pensadores, científicos, estudiosos,… han intentado responder a ello, sin encontrar un resultado que satisfaga a todos; ¿qué puedo añadir yo, pobre enferma mental?. Aquí podrían integrarse todas las concepciones religiosas del espíritu, las que integran la sustancia del hombre en el concepto de “alma”, y la sitúan en algún lugar intermedio entre la corporeidad de la naturaleza y la incorporeidad de Dios. Y a ese plano es el que afectaría la enfermedad. Pero aquí, ¿Cómo algo incorpóreo y abstracto puede estar enfermo o alterado?
Después de haber buscado entre todos los significados que el diccionario del idioma me ofrece, sigo sin encontrar una plataforma sobre la que colocar el “plano espiritual”. Me ha ayudado a clarificar algunos conceptos, que luego me podrían servir de base, pero no he logrado despejar completamente la incógnita.
En el mundo actual de las nuevas tecnologías, Internet nos puede ofrecer respuestas para todo. Así que busco allí. Introduzco “espiritualidad” en el buscador y me salen muchas páginas que se dedican a ello. Escogeré sólo algunas de ellas que me resultan más esclarecedoras:

martes, 3 de mayo de 2011

Alma, sobrenatural y fuerza de acción - Segunda Parte

·         Alma racional: Me repito con el tema de la razón. En cuanto al “alma” ¿qué es exactamente? Creo que podría sugerir el mismo significado que “ser inmaterial”, de modo que también me repetiría.
·         Don sobrenatural y gracia particular que Dios suele dar a algunas criaturas: Definamos sobrenatural: Que excede los términos de la naturaleza. Es decir, un poder más allá de los límites físicos y naturales ¿La magia?, ¿la fe?, ¿el ocultismo?, ¿los maleficios?, ¿los milagros?... Creo que este concepto no me resuelve la duda.
Definamos gracia: Esta palabra alude a tal cantidad de significados que me perdería entre ellos buscando el apropiado. Esta acepción de espíritu no me aclara su sentido.
·         Vigor natural y virtud que alienta y fortifica el cuerpo para obrar: Desde este punto de vista, entendemos el espíritu como una especie de gasolina que nos dispone para la acción, como aquello que nos da impulso, nos mueve a actuar. Y ¿qué es lo que moviliza al ser humano para emprender algo?. Generalmente, hacemos una cosa por un motivo. De modo que ¿serían los motivos aquello que pertenece al nivel espiritual? ¿Las razones que nos motivan a tomar y ejecutar nuestras decisiones? Tomando esto como el plano buscado, resultaría que aquello que nos impele a engullir desaforadamente existe en una dimensión enferma: los motivos que nos llevan a los atracones, incluso en contra de nuestro “yo” consciente, pero de forma imperativa, demoledora e inexcusable. Son motivos impregnados de enfermedad, motivos revestidos de pústulas de secreción purulenta que se introducen, desde el nivel inmaterial, donde quiera que éste se aloje, al nivel psíquico y físico. Esta concepción del nivel espiritual me orienta un poco el rumbo que podría tomar; ahora bien, sigo sintiéndolo inaprehensible y desconocido, porque no sé cómo puede enfermarse algo que es inmaterial. Seguiré buscando.
·         Ánimo, valor, aliento, brío, esfuerzo: Todas estas palabras conceptualizan estados de ánimo, de matiz positivo y energético, que disponen a la persona hacia la acción. Yo los entiendo, aproximadamente, con el mismo sentido que la acepción anterior.

lunes, 2 de mayo de 2011

La inmaterialidad - Primera Parte

3)  Nivel espiritual: “Con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho”. Hasta aquí ha sido relativamente fácil examinar las afirmaciones que me iba encontrando. Pero he aquí la primera piedra en el camino. Esta va a resultarme absolutamente difícil. Soy una persona demasiado práctica, demasiado pragmática, para encarar sencillamente estos contenidos “espirituales”.
La primera dificultad estriba en determinar qué es eso del “nivel espiritual”. Sé lo que es el nivel físico, el psíquico, el emocional, el material, el intelectual, etc.; pero ¿el nivel espiritual?
Bien, para llegar a conocer algo que aún me es desconocido, lo primero utilizaré el lenguaje. He acudido al Diccionario de la RAE para ver qué significa “espiritual”. Se dice de la persona muy sensible y poco interesada por lo material; así como todo lo relativo al espíritu. Según esta definición, el nivel espiritual del individuo sería su sensibilidad e inmaterialidad, o sea, todo lo que no fueran objetos. Como concepto, para mí resulta demasiado genérico. No me concreta exactamente qué es lo que entiende por sensibilidad o inmaterialidad.
Puesto que hace alusión al espíritu, busco este vocablo. Tiene una gran variedad de acepciones. Entre las que creo más adecuadas al sentido que necesito conocer estarían:
·         Ser inmaterial y dotado de razón: Viene a aludir a lo mismo, a la inmaterialidad. Pero ¿Cuál es la parte inmaterial del ser humano? ¿lo son los sentimientos? ¿sus pensamientos? ¿los buenos y los malos? ¿su ideología, sea del signo que sea? ¿su religión o su no religión? ¿sus opiniones en política, ciencia, filosofía,…? ¿Su vida social, sus redes de amigos y conocidos?
      Continúo tan perdida como antes. Ahora bien, esta expresión añade algo más: imbuye al espíritu del don de la razón. De modo que podríamos iniciar una primera aproximación a lo inmaterial desde el punto de vista de los procesos intelectivos del cerebro humano, que son los que, según los científicos, proveen de capacidad lógica y de pensamiento al hombre. Sin embargo, sigue siendo un concepto muy amplio. El campo de la razón es muy grande.

domingo, 1 de mayo de 2011

Alcanza a mis sentimientos

2)      Nivel emocional: ¿Qué es el nivel emocional? Yo entiendo como tal los sentimientos y la expresión de las pasiones. ¿Cómo afecta a este nivel la bulimia?. Está claro que en el momento en que caemos presos de uno de sus ataques, la sucesión de sentimientos es intensa: odio de nosotros mismos, impotencia, frustración, pena, ansiedad, angustia, depresión, irritabilidad, y tantos etcéteras de emociones negativas que no acabaría nunca. Eso sí, todas negativas.
Pero esto me lleva a una pregunta: ¿Cómo opera la afectación emocional en los momentos lúcidos? ¿En los días o las horas en los que nuestra mente enferma no nos impulsa al exceso? ¿Qué pasa mientras mantenemos el control? ¿A qué sentimientos atañe?
Cuando estoy en esos momentos de dominio de mí misma y los pensamientos-deseos obsesivos se mantienen alejados, me imagino que mis emociones son libres, porque no están sujetas al desmoronamiento moral que se sucede durante las comilonas. Sin embargo, a pesar de que hasta ahora, yo creía sinceramente eso, tras leer esta afirmación, me pregunto ¿Es realmente así? ¿Soy auténticamente libre en esos períodos? ¿Mis sentimientos son realmente míos, o proceden también del resultado de las químicas biológicas, de los quebrantos enfermizos que se alojan en mi cabeza?
Lo cierto es que no recuerdo demasiados ratos en mi vida, en mi quehacer diario, en mis actividades habituales, durante las cuales, independientemente de lo que esté llevando a cabo, no me pare cada pocos minutos a comprobar si mi estómago tiene hambre o a verificar la hora, para ver si se acerca la siguiente comida o si aún falta mucho y puedo permitirme un “tentempié”. No creo que eso sea normal. Realmente aquí hay algo que falla. Tengo que reconocerme que cierto grado de ansiedad me acompaña siempre. Esté haciendo lo que sea que esté haciendo.
Además, también tengo que admitir que la sensación de constante frustración no me abandona jamás. En todo momento me siento inalcanzada, como si jamás pudiese llegar a mis metas, como si constantemente estuviera en medio del recorrido de un largo camino que nunca acaba, sin conseguir mis verdaderos objetivos, mis auténticos fines, sin poder librarme de las ataduras que me encadenan a los ataques que se suceden, discontinua, pero inexorablemente.
Ese estado de permanente alerta, tampoco es normal. Algo falla.
Luego puedo decir, esta vez, convencida del todo, que mi nivel emocional está afectado, tremendamente, en todo momento, en toda situación, y en todo instante. Negativamente afectado. La mayoría de mis sentimientos, incluso aunque sean positivos (el amor a mis hijos, la satisfacción por un trabajo bien hecho, etc.), están permanentemente impregnados de un trasfondo de frustración, angustia y ansiedad. Es decir, que tanto en los momentos en los que caigo en la amargura del atracón, como en los que no, desde esta definición, estoy enferma.