domingo, 24 de marzo de 2013

Primera semana: 7 días del reto

¡¡¡¿Qué tal?!!!
Me presento jubilosa comunicando que he superado con éxito los primeros 7 días del reto que me propuse la semana pasada.
Y ello, a pesar de haber "sufrido" dos celebraciones de cumpleaños este fin de semana. Cierto es que estos dos eventos han sacudido la dieta, pero en ningún momento he comido más de lo que han comido cualquiera de los demás comensales. Y ello, ¡sin que tenga repercusión posterior!
Y es que, yo no sé vosotras, pero cuando acudía a algún evento en el que una comilona era protagonista, moderaba mis ingestas frente a la vista de los demás, pero una vez que llegaba a mi casa, y en la intimidad de mis cuatro paredes, desataba toda la desazón que la visión de semejantes manjares habían despertado en mi cabeza mórbida, dando paso al atracón consiguiente.
Por tanto, el hecho de haber superado mi primeras celebraciones sin consecuencias, ES MARAVILLOSO.

El lunes, como estaba prescrito, hice mi primera pesada, la primera desde hace muchos meses. Y el veredicto fue: 71,400. Más de 20 por encima de lo que había logrado hasta hace año y medio.
Este es pues, mi comienzo. Pero atención, la disminución de dicho peso no se trata de uno de los objetivos, sino de un deseo.
Es decir, que aunque no logarara llegar a bajar ni un solo gramo, siempre que no haya subido, sería considerado como un triunfo. Puesto que dentro de mis objetivos, está el no subir de peso, y no el de bajarlo; puesto que considero que el control del peso corporal no es una acción que esté en mi mano, sino en la del poder de la naturaleza que regula las cuestiones biológicas. Por tanto, digo que el bajar es un deseo, no un objetivo.

Por de pronto, mi dieta habitual será la siguiente:
• Desayuno:
-1 vaso de agua.
-60 gr de pan sin sal.
-1 taza de leche descremada con cafe descafeinado soluble y dos sacarinas.
• Almuerzo:
-1 manzana.
-1 infusión.
• Comida: Como en un comedor colectivo, pero pondré tres ejemplos de las comidas que nos ponen:
1)
- Brócoli con patata.
- Atún a la plancha con pimientos rojos.
- Yogur desnatado.
2)
- Ensalada de lechuga tomate y zanahoria.
- Trucha frita con champiñones.
-Yogur desnatado.
3)
- Espinacas con ajo rehogado.
- Pechugas de pollo a la plancha con ensalada de tomate y lechuga.
- Manzana.
• Cena:
- Ensalada de cebolla, pimiento verde, pepino, zanahoria rallada, tomate y lechuga.
- 1/2 lata de atún en aceite, o 1 loncha gruesa de queso tierno o 1 vasito de queso de burgos.
- 2 o 3 biscotes.
- 1 Manzana.
- 1 Yogur desnatado (de capricho, es decir alguno de los que las grandes marcas preparan edulcorados y desnatados, como 0% pero de sabores dulces).

Bien. Este va a ser el plan diario que seguiré habitualmente. Aunque haya días en los que, por diversas razones, no pueda llevarlo a cabo, en cuyo caso, tendré que respetar el parámetro que marca lo que comería una persona normal, no enferma de bulimia.
Esto pasará, por ejemplo, esta semana que viene, puesto que las vacaciones de Semana Santa van a suponer una complicación añadida.
Ya os contaré.

De momento, me voy a centrar en el éxito de esta primera semana, y ¡lo voy a disfrutar plenamente!
¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡YUPIII!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Hasta la semana que viene.

domingo, 17 de marzo de 2013

Recomenzando

Hola a todos:
A pesar de haber transcurrido mucho tiempo desde mi última entrada, los problemas han continuado. Y no solo eso. Se han agudizado mucho. El aumento de peso que he sufrido durante este difícil tiempo ha sido terroríficamente grande, tanto, que una persona normal lo creería una exageración; pero que nosotras sabemos que no solo es posible, sino que es desgarradoramente real.

Pero navegando por este mundo del hiperespacio virtual, acabo de encontrar este blog:
http://solo100dias.blogspot.com.es/2009/11/solo-100-dias-para-que.html

Y he decidido que yo también voy a probar su método: ESTAR 100 DÍAS SIN PADECER UN SOLO ATRACÓN.

REGLAS:
 
1- No tener un atracón consciente de que lo es (si hay algún momento en el que tenga que comer más por alguna razón especial, como una celebración, no se contabiliza, siempre que dicha ingesta superior no supere la de las demás personas que estarán a mi lado. Esto nunca debe pasar estando sola).


2- Escribir en este blog mínimo una vez por semana, siendo sincera con mis resultados, emociones y frustraciones. Pesarme una vez cada 14 días y reflejarlo.


3- Acompañar este programa con al menos tres sesiones de ejercicios en el gimnasio (de duración mínima de media hora, a menos que una enfermedad me lo impida) y cinco de paseos.


4- Buscar ejercicios para bajar la ansiedad, trabajar alguno de los pasos del programa de comedores compulsivos, elevar mi autoestima, ser consciente de mis pensamientos y actitudes cuando me encuentre en situaciones de tensión, y procurar no sentirme fea y repugnante cuando me miro al espejo o me embuto como puedo en mis vaqueros.
 
5- Si caigo en algún momento, e incumplo alguna de las reglas, vuelvo a empezar la cuenta de los 100 días, en las mismas condiciones en las que me encuentre en ese momento.
 
 OBJETIVO:

1- Cumplir con las reglas.

2- No subir de peso.

3- Conseguir comenzar a gobernar mi vida, en el sentido de sentirme más feliz de todas las cosas que tengo, sin estar constantemente echando de menos las que no tengo.

4- Volver a sentirme capacitada para actuar contra mis peores miedos.



Día 1: Hoy, 17 de marzo de 2013 a las 23 horas, hasta el 25 de junio de 2013.

¡Hasta la semana que viene!
Enfrosina.

lunes, 19 de diciembre de 2011

La culpa la tienen los demás

Los problemas asociados a la baja autoestima, como el sentirse inferior a los demás, despreciado por los demás, ignorado por los demás, separado por los demás, etc. Era culpa única y exclusiva de ¡los demás!. Puesto que ¿quién iba a ser responsable de que me ignorasen en un grupo de conversación, sin que mis ideas fueran tenidas en cuenta o incluso simplemente escuchadas? Por supuesto, los demás; todos esos que me ignoraban. Eran ellos los que provocaban que yo me retrajese más y más, que cada vez mis aportes a la discusión fueran más vagos y raros, que incluso llegase a abstraerme de sus planteamientos sin hacer caso a todo lo que se venía hablando. Jamás era yo. En todo caso, la comida tenía la culpa. La comida que me había hecho tan obesa que generaba la marginación social. Y la sociedad, esa sociedad que maldecía a los que no seguían la línea de la mayoría, lanzando el mensaje de: hay que ser mediocre para no ser esquinado, no se puede salir de la línea del medio, se debe actuar uniformemente, similarmente, plagiando todo lo que la gran mayoría es y hace para ser aceptado en esa gran mayoría; las minorías no son bienvenidas, son apartadas y relegadas para que no estorben, para que no recuerden a la masa social que existen las diferencias y los individuos.

La culpa, en consecuencia, era de la sociedad, no mía.

sábado, 29 de octubre de 2011

Ni llegando a adelgazar, en las pocas épocas en las que era capaz

Llegué a adelgazar muchas veces. Incluso hubo ocasiones en las cuales los kilos bajaron espectacularmente, cuando era capaz de seguir el régimen durante algún tiempo. A veces bajo supervisión profesional, otras veces (muchas más) bajo mi propio criterio. Pensaba: ¡Lo conseguí!
Pero ni siquiera entonces, cuando llegaba a librarme de toda esa carga física y psicológica que supone llevar un cuerpo maldecido socialmente, adoptando una imagen más pertinente a la apreciación cultural actual, era capaz de sentirme plena y satisfecha emocionalmente. Siempre había trabas que aparecían en mi mente que me impedían disfrutar del momento. Por ejemplo, aun cuando podía ir a la tienda (¡de tallas normales!) a comprar ropa (¡de mi nueva talla!), y me compraba nuevas prendas a la moda, tampoco era capaz de disfrutar del todo de esa experiencia: ¡Esta falda no la puedo llevar con esta tripa floja que me ha quedado! ¡Esos pantalones tan cortos no me tapan las flaccideces que se me han quedado en los muslos!...
Y del mismo modo, en todos los ámbitos de la vida. Por ejemplo, no me aceptaban mejor los amigos porque hubiese bajado de peso; me complacían sus halagos, pero una vez expresados, todo volvía a la habitualidad, seguía sintiéndome un cero a la izquierda en una reunión, debía utilizar los mismos trucos de siempre para llamar la atención y poder llegar a sentirme reconocida.
De modo, que si ni siquiera lucir un cuerpo en su peso ideal podía llegar a satisfacerme y a hacerme feliz, ¿qué sucedía? ¿porqué quitando el mayor trastorno de mi vida, ésta no me llenaba?

lunes, 19 de septiembre de 2011

La comida, perro de presa que no ceja su arremetida

Lo más curioso de todo es que los impulsos mentales que me apremian a comer persisten incluso cuando parece que todo va bien; cuando esos problemas que rodean mi vida se solucionan. La vida familiar, en ocasiones, no resulta conflictiva, e incluso fluye con armonía y concordia, dando a todos sus miembros un bienestar y un sentimiento de satisfacción que me alcanzan positivamente. Así ocurre algunas veces también en el trabajo y en mi círculo social, cuando los demás me demuestran que soy aceptada por mis valores y mis méritos. Sin embargo, incluso en esas circunstancias, el monstruo de los atracones, anhelante de sus dosis de obediencia obligada, machaca mi cabeza insistente, y me conduce, inevitable, ineludible, inexcusablemente, a un nuevo empacho inexplicable pero real, y que destruye despiadadamente todos los maravillosos sentimientos que la situación de paz me había procurado.

miércoles, 31 de agosto de 2011

La comida, culpable

Mis dificultades no acaban en los problemas con la comida, en las pulsiones que sufría constantemente que me empujaban a no parar de engullir; lo cierto es que también mi vida se veía estorbada por multitud de escollos que convertían mi vivir en un camino de minas. Sobre todo, en lo relativo a las relaciones con otras personas; siempre me sentía relegada en una quinta dimensión, como si lo que yo tuviera en mí para aportar a la sociedad no fuera relevante para ésta, como si al resto del mundo le diera igual si yo existía o no. Cuando tomaba parte en un grupo de personas con una conversación, proyecto, objetivo, o simplemente para llenar un momento de ocio, todos aportaban sus opiniones, sus ideas, sus modos de ver y hacer las cosas,… pero yo no; siempre me mantenía al margen, escudándome en mi timidez; y si en algún momento dado osaba compartir mis pensamientos con los demás, inmediatamente sus actitudes daban a entender que todo lo que yo aportaba era nimio y carecía de la menor importancia. Bien es cierto que mi escasa autoestima, mi falta de fluidez en el verbo hablado en público, mis perennes inseguridades,… daban a mis palabras un aire de falacia o invención que no eran reales. De modo que las otras personas no atendían a mis razonamientos como no atenderían a los de un orate en plena crisis.
“Si pudiese controlar mis excesos con la comida, y bajase de peso, aumentaría mi autoestima y mis sentencias sonarían mucho más contundentes, lo que conseguiría hacerme un hueco en el aprecio social”. Esto era lo que yo soñaba constantemente. Sólo la comida era la culpable de que no tuviera el éxito social que siempre había deseado. Sólo si lograba controlar el problema de la ingestión desmedida, lograría solucionar todos mis escollos.
Estaba tan segura…
Tanto…
Pero… el peso bajó.
Y la autoestima no subió demasiado, sería mentir si no reconozco que un poco sí que aumentó, pero lo cierto es que nunca se convirtió en columna vertebral para el desarrollo de mis aptitudes comunicativas. Continué titubeando al hablar, riendo en cada frase con una risilla nerviosa reflejo de mi inseguridad, atascándome en las palabras, olvidando los vocablos más sencillos, tartamudeando cuando menos me convenía,…
¿Por qué?
Los problemas no se fueron.
Y la comida volvió al ataque.

martes, 30 de agosto de 2011

La falsa alegría

El aspecto de mi rostro frente a los demás siempre ha sido alegre y acogedor (no con la familia pero sí con la sociedad), sin que jamás me permitiera exteriorizar un enfado, una reacción negativa ante cualquier evento, un temor a alguna cosa o persona,… todos esos sentimientos quedaban agazapados en mi interior sin que la impenetrabilidad de la imagen exterior dejase traslucir lo que de verdad sucedía detrás de la sonrisa aparentemente abierta. La envidia también, los anhelos, las ofensas,… todas mis pasiones, malas y muchas veces también las buenas, se resguardaban en mis entrañas para no demostrar a nadie que siquiera existían, como si yo no tuviera derecho a sentir y padecer, como si mi misión en este mundo fuese la de permanecer inalterable frente a la vista de los otros, como si fuese demasiado difícil y humillante reconocer mis debilidades públicamente.
De ese modo, los sentimientos heridos se escondían dentro de mi persona; sentimientos a veces tan grandes y dificultosos que me resultaban imposibles de gestionar. Y para evitar que salieran a flote, eran soterrados bajo capas y capas de aparente indiferencia hasta ser expulsados del nivel consciente al inconsciente, donde se mantenían fuertemente ocultos, sin que incluso yo misma los reconociera. Allí lejos, lejos del yo que se mostraba a los demás, incansable, fuerte, feliz, capaz, grande,… pero con un núcleo caótico y sombrío.