lunes, 19 de septiembre de 2011

La comida, perro de presa que no ceja su arremetida

Lo más curioso de todo es que los impulsos mentales que me apremian a comer persisten incluso cuando parece que todo va bien; cuando esos problemas que rodean mi vida se solucionan. La vida familiar, en ocasiones, no resulta conflictiva, e incluso fluye con armonía y concordia, dando a todos sus miembros un bienestar y un sentimiento de satisfacción que me alcanzan positivamente. Así ocurre algunas veces también en el trabajo y en mi círculo social, cuando los demás me demuestran que soy aceptada por mis valores y mis méritos. Sin embargo, incluso en esas circunstancias, el monstruo de los atracones, anhelante de sus dosis de obediencia obligada, machaca mi cabeza insistente, y me conduce, inevitable, ineludible, inexcusablemente, a un nuevo empacho inexplicable pero real, y que destruye despiadadamente todos los maravillosos sentimientos que la situación de paz me había procurado.

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