miércoles, 31 de agosto de 2011

La comida, culpable

Mis dificultades no acaban en los problemas con la comida, en las pulsiones que sufría constantemente que me empujaban a no parar de engullir; lo cierto es que también mi vida se veía estorbada por multitud de escollos que convertían mi vivir en un camino de minas. Sobre todo, en lo relativo a las relaciones con otras personas; siempre me sentía relegada en una quinta dimensión, como si lo que yo tuviera en mí para aportar a la sociedad no fuera relevante para ésta, como si al resto del mundo le diera igual si yo existía o no. Cuando tomaba parte en un grupo de personas con una conversación, proyecto, objetivo, o simplemente para llenar un momento de ocio, todos aportaban sus opiniones, sus ideas, sus modos de ver y hacer las cosas,… pero yo no; siempre me mantenía al margen, escudándome en mi timidez; y si en algún momento dado osaba compartir mis pensamientos con los demás, inmediatamente sus actitudes daban a entender que todo lo que yo aportaba era nimio y carecía de la menor importancia. Bien es cierto que mi escasa autoestima, mi falta de fluidez en el verbo hablado en público, mis perennes inseguridades,… daban a mis palabras un aire de falacia o invención que no eran reales. De modo que las otras personas no atendían a mis razonamientos como no atenderían a los de un orate en plena crisis.
“Si pudiese controlar mis excesos con la comida, y bajase de peso, aumentaría mi autoestima y mis sentencias sonarían mucho más contundentes, lo que conseguiría hacerme un hueco en el aprecio social”. Esto era lo que yo soñaba constantemente. Sólo la comida era la culpable de que no tuviera el éxito social que siempre había deseado. Sólo si lograba controlar el problema de la ingestión desmedida, lograría solucionar todos mis escollos.
Estaba tan segura…
Tanto…
Pero… el peso bajó.
Y la autoestima no subió demasiado, sería mentir si no reconozco que un poco sí que aumentó, pero lo cierto es que nunca se convirtió en columna vertebral para el desarrollo de mis aptitudes comunicativas. Continué titubeando al hablar, riendo en cada frase con una risilla nerviosa reflejo de mi inseguridad, atascándome en las palabras, olvidando los vocablos más sencillos, tartamudeando cuando menos me convenía,…
¿Por qué?
Los problemas no se fueron.
Y la comida volvió al ataque.

martes, 30 de agosto de 2011

La falsa alegría

El aspecto de mi rostro frente a los demás siempre ha sido alegre y acogedor (no con la familia pero sí con la sociedad), sin que jamás me permitiera exteriorizar un enfado, una reacción negativa ante cualquier evento, un temor a alguna cosa o persona,… todos esos sentimientos quedaban agazapados en mi interior sin que la impenetrabilidad de la imagen exterior dejase traslucir lo que de verdad sucedía detrás de la sonrisa aparentemente abierta. La envidia también, los anhelos, las ofensas,… todas mis pasiones, malas y muchas veces también las buenas, se resguardaban en mis entrañas para no demostrar a nadie que siquiera existían, como si yo no tuviera derecho a sentir y padecer, como si mi misión en este mundo fuese la de permanecer inalterable frente a la vista de los otros, como si fuese demasiado difícil y humillante reconocer mis debilidades públicamente.
De ese modo, los sentimientos heridos se escondían dentro de mi persona; sentimientos a veces tan grandes y dificultosos que me resultaban imposibles de gestionar. Y para evitar que salieran a flote, eran soterrados bajo capas y capas de aparente indiferencia hasta ser expulsados del nivel consciente al inconsciente, donde se mantenían fuertemente ocultos, sin que incluso yo misma los reconociera. Allí lejos, lejos del yo que se mostraba a los demás, incansable, fuerte, feliz, capaz, grande,… pero con un núcleo caótico y sombrío.

lunes, 29 de agosto de 2011

Insatisfacción crónica

Todos los aspectos de mi vida se encuentran contaminados por las obsesiones-compulsiones. Me doy cuenta de que soy toda yo la que es compulsiva, no sólo está la enfermedad en la comida, sino en todo lo que hago: todo lo quiero ¡YA!.
Si voy a emprender un proyecto determinado, del que tengo cierta expectativa, no veo el momento de conseguirla. Lo intento ¡ahora!. No sé esperar a que mis acciones den fruto cuando el proceso de maduración haya acabado. Me persigue siempre una sensación de apremio que me impulsa a necesitarlo todo instantáneamente: si algo deseo, eso debo obtenerlo de inmediato. Me resulta muy difícil esperar; tanto las cosas y los acontecimientos, como a las personas. Esa situación de intensidad permanente a la que mi propio yo me somete repercute en mi forma de ser, en mis relaciones con las otras personas y con las cosas, en mis decisiones y en mi manera de ver el mundo, de sentirlo, de probarlo, de empatizar con él. Soy  obsesivo-compulsiva en todos los aspectos de mi vida.
Del mismo modo que cuando tengo un atracón, supone que no puedo demorar la ingestión del siguiente comestible más tiempo que el necesario para sacarlo de donde se encuentre, también en el resto de deseos que me asaltan y que decido asumir, me resulta imposible esperar los resultados. Todo tiene que funcionar ya, y dar fruto inmediatamente.

sábado, 27 de agosto de 2011

El hogar

En segundo lugar, el hogar, la familia, la casa: Desde afuera somos la pareja perfecta. Sin altibajos exteriores, dos niños saludables y educados (o en proceso de), con recursos suficientes para mantener un nivel de vida medio,… Un observador externo posiblemente calificaría nuestra familia como modelo. Pero lo cierto es que, puertas adentro, las cosas son muy difíciles. La armonía de la relación de pareja se fue hace mucho tiempo, a pesar de que el amor no nos falta. Sin embargo, las broncas son constantes. Tanto uno como otro nos colocamos al borde del ataque permanentemente, línea que traspasamos al menor estímulo. Nuestros enfados recurrentes afectan a nuestros hijos profundamente. Además, nuestra relación con ellos está viciada por ese anterior estado de ánimo de alerta constante; de manera que a la más mínima provocación, saltamos airadamente contra ellos (aunque luego me pene y me sangre el alma por haberles gritado). Por tanto, cierta es esta hipótesis que afirma la Comunidad: mi hogar no es el remanso de armonía que sus miembros necesitan para reposar de las frustraciones del trabajo y el colegio, sino el pozo donde arrojar esos sentimientos negativos, como si de un vertedero se tratara.

viernes, 26 de agosto de 2011

El examen de conciencia

Del mismo modo que antes he hecho con la forma de comer, ahora, me invitan a explorar la afectación del resto de aspectos de mi vida. En concreto, menciona el trabajo y el hogar, pero se refiere a todo aquello que esté relacionado con las obsesiones.
Iré paso a paso: lo primero el trabajo. ¿Hago todo lo mejor que puedo o me conformo con salir del paso? En este caso sí soy obsesiva; intento hacer todo lo mejor. Busco constantemente ser perfecta en todos los aspectos laborales y profesionales, me resultaría intolerable que alguien pudiera reprocharme algún descuido. Esto me supone, generalmente, una dedicación 120% que a veces se me hace difícil de llevar. A priori, parece que el trabajo consistiría, más en una fuente de estrés que el resultado de una mala gestión emocional. Aunque posiblemente más deriva de mi autoexigencia que de lo que mi propio puesto me obliga, si bien es cierto que jefes, compañeros y subordinados esperan de mí todo lo que estoy habituado a dar, y no sé cómo reaccionarían si de pronto decido dar sólo lo justo para disminuir mi ansiedad. Esa sensación de fracaso que seguiría a sus apreciaciones sobre mí, me resultaría tan inaguantable que dudo mucho que redundara en un beneficio en mi estado emocional y psicológico. Por tanto, puedo afirmar que sí soy obsesivo-compulsiva en mi trabajo. No por descuidarlo o ir “pasando”, sino por todo lo contrario, por permanecer constantemente en lucha por la perfección.

jueves, 25 de agosto de 2011

Sólo preciso ayuda con el tema de la comida. El resto de mi vida lo gestiono yo:

Mi desesperanza con la oscilación del peso se limita a ella. Sé ciertamente que necesito ayuda en ese aspecto. Pero jamás me he planteado que mi necesidad abarcara más temas. La ayuda que preciso es muy grande, porque mi problema con la comida es muy grande, pero sólo en eso. Si acudiera a un terapeuta que me examinara, le explicaría con detalle todo lo relacionado con mi manera de comer, con mis problemas a la hora de enfrentarme a la comida, pero no le expondría el resto de particularidades de mi vida, ya que en lo demás soy una persona normal. Con problemas, sí, como todo el mundo, pero que puedo enfrentar sin miedo yo solita.

lunes, 22 de agosto de 2011

Decir que no puedo gobernar mi vida es exagerado:

Mi único problema es el peso. Lo demás sucede por culpa de otras personas. Yo puedo con ello. En realidad, yo puedo con todo.
¿Qué mi vida es “ingobernable”? ¡Mentira!, ¡Sólo mi peso es indomeñable!

sábado, 20 de agosto de 2011

Lo que necesito es adelgazar:

Por tanto, lo que siempre había deseado con anhelo era adelgazar. Mientras fui obesa, el bajar de peso había sido mi objetivo constante hasta el punto de no decidirme a tener hijos por esa razón. Por fin, cuando ya rozaba los 40 años no tuve más remedio que claudicar e ir a la búsqueda de mis niños deseados, aun cuando mi cuerpo era, literalmente, una enorme bola de grasa. Tuve suerte, vinieron bien, dos niños en tres embarazos (el primero se malogró, desgraciadamente); aunque mi cuerpo sufrió secuelas que arrastraré el resto de mi vida. ¡Si hubiera adelgazado antes de empezar…!
Pero no podía bajar de peso. Todo lo que me quitaba, luego lo ganaba nuevamente ¡otra vez!, y en mayor medida. Terminé resignándome a que no bajaría nunca de peso. Creí que jamás llegaría a una talla “normal”. Mi consciencia me decía que sólo quitándome esa grasa de encima, desaparecerían mis problemas, pero como no me era posible, no llegaría muy lejos. Incluso llegué a fantasear con la idea de qué ropa me pondrían en el tanatorio cuando mi enorme cuerpo llegara frío e inmóvil.
¡Si adelgazara…!
¡Si…!
Y ocurrió el milagro: en forma de mala noticia. Una enfermedad genética se me había desarrollado en el interior. Mis órganos afectados iban (y van, e irán) a medio gas. La obesidad no era la causa, pero no ayudaba en la evolución. Ella y los embarazos pudieron acelerar el deterioro. En ese momento, mi chip mental cambió: de off a on. Y surgieron, de pronto, de repente, sin avisar, las fuerzas necesarias para conseguir adelgazar: la tregua (por otro lado, una prueba más de que hasta mi propio subconsciente estaba convencido de que TODOS mis problemas, -incluido el de superar el nefasto diagnóstico-, desaparecerían junto con los kilos).
Adelgacé. Más de 50 kilos. Pasé de la talla 60 a la 38. Cambié un IMC de más de 42 al de 22. De obesa mórbida a normal. Sin problemas ni repercusiones. La enfermedad genética estancada, sin progresar. Tenía motivos para ser feliz.
Pero… acabó la tregua. Cuando llegué a mi peso ideal. En ese momento, todo el mundo: familia, amigos, conocidos, incluso mis médicos,… me recomendaron dejar la dieta y comenzar una alimentación “normal”. Yo entonces, que no conocía la terapia de la abstinencia, comencé a comer “de todo”. Al principio, un poco, pero la bulimia despertó y subrepticiamente volvió a surgir de las profundidades desde mi mente, invadiendo mi cuerpo todo. Y empezó el problema, recomenzó. Y con más violencia.
Yo conocía ya el sentimiento de ser delgada. Y no quería por nada del mundo volver a engordar. Y cuanto más lo deseaba, más engordaba: dieta, ayuno, atracón, dieta, ayuno, atracón… Así iba sumando kilos, con mayor horror cada día.
¡Si no engordara! ¡Todo iría bien!
¡Si no engordara!...
Toda mi razón de vivir giraba en torno a esa idea, obsesiva y machacona. Y cuando más lo temía, menos conseguía sujetar los ataques.
El resto de mi vida: mis experiencias, mis vivencias, mis relaciones con los demás, mi trabajo, todo, absolutamente todo, se hallaba contaminado con esa prioridad. Nada tenía más importancia que eso. Esa era la única opción y el único objeto. Lo demás,… creía que seguiría mansamente la estela de la primera condición, prioritaria para mí: si no engordo, no tendré problemas en ningún aspecto. Todo depende de que consiga no engordad.
Pero lo cierto es que todo iba mal: gritaba a mis hijos, reñía y discutía con mi marido, no atendía a mi familia, en mi trabajo no era todo lo atenta que me hubiera gustado, no empatizaba con mis amigos,…
Pero… si no engordo… todo se arreglará.

jueves, 11 de agosto de 2011

El peso es el problema:

El hecho, indudable, de que no sienta, ni de lejos, la felicidad que un observador externo me atribuiría, lo achaco a los vaivenes en el peso, al miedo, al terror, al pánico, al horror a engordar ni un gramo, a volver a ser una obesa mórbida. Cuando lo era, por que lo era, y ahora que no lo soy, por la probabilidad tan alta de volver a serlo.

martes, 9 de agosto de 2011

Amigos y pareja:

No son sólo los recursos económicos y familiares los únicos medidores externos de la satisfacción. Tienen una gran importancia los recursos sociales, el medio social en el que la persona se mueve, y dentro de éste, sobretodo, el círculo de amistades y la pareja. Cuando alguien tiene, aparentemente, un gran volumen de amigos y conocidos con quienes mantiene una relación cordial, parece que cuenta con un gran incentivo para sentir fluir la felicidad. Y si además, se halla unido sentimentalmente a otra persona, una pareja, con la cual la relación se sostiene estable, puede deducirse que esa persona que cuenta con todos esos medios: economía, familia, amigos y amor de pareja, tiene que ser muy feliz.
También yo cumplo con esta condición, mi círculo de amistades, aunque no es numeroso, no me falta; y mi pareja, mi marido y yo llevamos unidos más de 20 años conviviendo en armonía. ¿Porqué entonces mi vida es “ingobernable”? ¿Porqué no soy feliz?.

lunes, 8 de agosto de 2011

Segunda parte: La intratabilidad de la vida actual

La siguiente máxima de que nos informa la Comunidad es que nuestra vida se ha vuelto “ingobernable”; si bien, aceptar algo así no es tan fácil para muchas personas afectadas, puesto que limitan sus problemas a la pelea con la comida y el vaivén del peso.
Sigue explicando:
Trabajo y familia:
Hay distintas formas para juzgar que todo va bien en la vida de una persona. Una de ellas, y de más valoradas, es disponer de recursos económicos suficientes para más que atender a nuestras necesidades. Generalmente la economía familiar se sustenta en el trabajo propio, tanto si es como empresario, como autónomo, como trabajador por cuenta ajena,… de cualquier modo, excepto permanecer en el paro. Es vital contar con algo que provea económicamente. Pero además, el trabajo también cumple con otra finalidad asimismo importante, que es la autorrealización de la persona, una forma de desarrollo individual y colectivo que contribuye al sentimiento de pertenencia a una sociedad y la aportación a su cultura. Por esa razón, cuando alguien cuenta con un empleo que, más o menos, le satisfaga, puede afirmarse que dispone de uno de los mejores indicadores del nivel de felicidad en su vida.
Otro de los signos que revelan hasta dónde podemos sentir satisfacción es la tenencia de una familia en la que todo funcione bien: sin sobresaltos de enfermedad, relaciones rotas, muertes, etc. Se presupone que cuando una persona se inscribe en el seno de una familia funcional, no tiene motivos (en ese sentido) para sentirse infeliz.
Desde luego, en ambos aspectos cumplo la premisa, tengo un trabajo que me gusta, estable y relativamente bien pagado. Por tanto, desde ahí tengo motivos para ser feliz. También cuento con una familia, sin problemas importantes ni faltas recientes, que me arropan cuando necesito algo y que pueden contar conmigo.

sábado, 6 de agosto de 2011

Estoy enferma

La Comunidad me conmina a aceptar que, tras el análisis anterior sobre mis actitudes ante la comida, sobre mis reacciones ante ella, sobre los efectos que me provoca, sobre las cantidades que ingiero,… no son normales. Las demás personas no se enfrentan así a la comida, la posición que yo adopto ante ella adolece de anormalidad, se sale de lo que hace la mayoría.
Bien, acepto que esto es cierto; aunque hay muchas otras personas que tienen ante la comida alguna igual de mis respuestas, es verdad que todas juntas esas reacciones sólo se dan en mi y en las personas que, como yo, tienen el mismo problema. Eso es cierto.
Por tanto, infiere la Comunidad que estamos enfermos. Pero decir que estoy enferma supone admitir que todas esas actitudes son, en realidad, signos y síntomas de una enfermedad. Que no son falta de carácter, o caprichos de alguien egoísta y fútil, sino la manifestación de una enfermedad.
Vale. Esto lo aceptaré como premisa para seguir avanzando.
Aquí acaba la primera parte, la dedicada a todo lo relacionado con la comida y la forma de comer. A partir de ahora, nos adentramos en las afectaciones emocionales y espirituales.