El hecho, indudable, de que no sienta, ni de lejos, la felicidad que un observador externo me atribuiría, lo achaco a los vaivenes en el peso, al miedo, al terror, al pánico, al horror a engordar ni un gramo, a volver a ser una obesa mórbida. Cuando lo era, por que lo era, y ahora que no lo soy, por la probabilidad tan alta de volver a serlo.
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