En segundo lugar, el hogar, la familia, la casa: Desde afuera somos la pareja perfecta. Sin altibajos exteriores, dos niños saludables y educados (o en proceso de), con recursos suficientes para mantener un nivel de vida medio,… Un observador externo posiblemente calificaría nuestra familia como modelo. Pero lo cierto es que, puertas adentro, las cosas son muy difíciles. La armonía de la relación de pareja se fue hace mucho tiempo, a pesar de que el amor no nos falta. Sin embargo, las broncas son constantes. Tanto uno como otro nos colocamos al borde del ataque permanentemente, línea que traspasamos al menor estímulo. Nuestros enfados recurrentes afectan a nuestros hijos profundamente. Además, nuestra relación con ellos está viciada por ese anterior estado de ánimo de alerta constante; de manera que a la más mínima provocación, saltamos airadamente contra ellos (aunque luego me pene y me sangre el alma por haberles gritado). Por tanto, cierta es esta hipótesis que afirma la Comunidad: mi hogar no es el remanso de armonía que sus miembros necesitan para reposar de las frustraciones del trabajo y el colegio, sino el pozo donde arrojar esos sentimientos negativos, como si de un vertedero se tratara.
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