miércoles, 27 de julio de 2011

Examen de la forma de comer, las variaciones de peso y los trucos autodestructivos.

Se recomienda examen de la forma de comer, la obesidad y los actos autodestructivos para evitar ganar peso: dietas, ayuno, ejercicio excesivo, vómitos,…
Vayamos por partes:
·         Forma de comer: Libros enteros podría escribir aquí. Porque no sólo soy compulsiva en la cantidad, sino también en la velocidad, en la ansia, la prisa, el impulso por acabar cuanto antes. No sólo en mi forma de comer, sino en todo lo que hago. Da igual que tenga cosas que hacer luego o no, siempre voy apresurada. Engullo, más que como. Me resulta difícil disfrutar del sabor de un alimento, porque apenas lo conservo unos segundos en mi boca, que la lengua lo empuja rápidamente a la garganta, donde desaparece literalmente, ya que es tan rápido que para cuando mi estómago se da cuenta del llenazo, es demasiado tarde.
Además, siempre tengo que ser la primera en ser servida, no soporto ver comer a los demás, o mejor dicho, ver no comer a los demás mientras hay comida en sus platos. Y mucho menos aguanto cuando los otros comensales son muy lentos. Me sucede especialmente con mis hijos, que como muchos niños, son problemáticos a la hora de comer, y tengo que reconocer que no llevo con paciencia su desdén hacia los platos (¿puede que esto sea consecuencia de mi culpa?).
También prefiero comer sola. Estar en una mesa hablando con otras personas excita mis ansias y cuando estoy en un grupo todavía voy más rápida que estando sola. La única manera de ralentizarme a la hora de comer es hacerlo sola y leyendo algo (algo que no sea demasiado profundo), que me ayude a distraerme de la comida y recordar que debo masticar lentamente, que no me acelere. Porque cuando me reúno con otros para comer, no sé porqué, pero me entra la prisa por acabar, apenas doy conversación, me limito a escuchar a los otros, y engullir lo mío (aunque en público casi nunca me excedo comiendo en cantidad).
Y todo eso, cuando se trata de la comida normal, porque en el momento del atracón, como sola, siempre, frente a la tele, al ordenador o una revista, velozmente, aunque va disminuyendo la rapidez conforme se llena el estómago.
Casi siempre sentada, eso sí, excepto cuando ataco directamente desde la nevera, en que me planto enfrente con la puerta abierta y con cuidado de no ser vista, voy haciendo desaparecer los comestibles que encuentro. Pero prefiero hacerlo sentada, tanto en las comidas normales como en los atracones. La diferencia entre ambas en este sentido es el lugar en que me siento. En las comidas, normalmente, en la mesa del comedor, y cuando sufro los atracones, en otro lugar siempre, en el sofá, la silla del ordenador,…
·         Obesidad: Sí, he sido obesa, obesa mórbida, con un IMC mayor de 42. Pero hace tres años me fue concedida una tregua (debido a circunstancias dramáticas que influyeron en mi psicología), e inicié un régimen. Al principio solo baje 7 kilos en un año. Todavía me faltaba la mala noticia definitiva que influiría en mi psiquis; pero cuando me la dieron, hace ahora 2 años, el régimen se convirtió en muy estricto, con lo que bajé rápidamente hasta pasar, de una talla 60 a una talla 38 en poco más de un año.
Y precisamente en ese punto retomé mi calvario. Acabé la tregua. Una vez que terminé mi dieta, cuando ya había alcanzado mi peso ideal, fue cuando todo el mundo me recomendó volver a comer normalmente. Yo, creyéndome normal, empecé a probar todos los alimentos que durante el régimen me estuve privando, entre ellos, y sobretodo, los dulces. Poco a poco, cuantos más iba empezando, más era el ansia de seguir. Hasta que un día, tuve mi primer atracón. En una progresión acelerada, fui repitiendo los atracones, y también ganando peso. ¡Otra vez! Me veía ya con 50 kilos más nuevamente. ¡NOOOOOOOOOOOOOOOO!
·         Actos autodestructivos para evitar ganar peso: Antes de adelgazar hasta mi peso, antiguamente, hacía dietas, pero no duraban mucho tiempo. Creía que era falta de voluntad. A veces, conseguía bajar algunos kilos (incluso alguna vez he llegado a disminuir muchos), pero nunca dejaba la franja del IMC de obesidad grave. Me creía un caso perdido. Por ello, no recurría a actos autodestructivos.
Llegué a intentar los vómitos, pero mi sistema digestivo está configurado de tal modo que no le resulta fácil alcanzarlos. No podría conseguir revertir el contenido estomacal al exterior. Me resigné a una suerte malignizada de obesidad.
Pero después de llegar a mi peso ideal durante la tregua, la cosa cambió. Cuando la bulimia volvió a atacar duramente, en atracones que me podía suponer unos 2 o 3 kilos por sesión, comencé a desesperar. El ayuno de entresemana era riguroso, para el fin de semana, destrozarlo en unas horas.
El ejercicio cada vez más intenso. No puedo aumentar la resistencia, por un problema de salud que arrastro, de modo que aumento el tiempo, y cuando tengo que saltarme un día sin mi ejercicio de una hora mínima (a veces 2 y media), me pongo nerviosa e histérica porque me entra la neura de que voy a engordar.
Sigo sin vómitos, porque aunque me meta los dedos en la garganta, mi estómago no se encoge. De modo que no vomito porque no puedo, no porque no quiero.
Sí son actos autodestructivos como forma de castigar mi cuerpo; como si él tuviera la culpa de mi obsesión por la comida.

lunes, 25 de julio de 2011

Negación

Lo curioso del caso es que nunca me había planteado estos trastornos como parte de una enfermedad. Siempre las había tomado como un rasgo de carácter débil y voluble. Es precisamente ahora, cuando tomo conciencia de su calificación como una enfermedad, que no he contraído porque sea mala persona o la mereciera de algún modo, sino porque el destino me ha escogido a mí para padecerla, lo mismo que a otras personas escoge para otras enfermedades o sufrimientos.
De este modo, no me resulta difícil aceptarla como tal. Pero para mí, para nadie más. Bien es cierto que, aunque se considere como una patología, no me atrevo a confesarlo públicamente. Sólo mi marido y mi madre lo saben, mi hermana lo ha adivinado, pero nadie más. Ningún amigo, conocido, familiar, compañero,… nadie lo sabe, al menos por mí. Ni siquiera mi médico. No soy capaz de reconocerme ante el mundo como una paciente de semejante enfermedad. No quiero exponerme a las habladurías ni al enjuiciamiento que el resto de la sociedad tiene de este trastorno.
Por tanto, realmente no reconozco esta enfermedad.