La envidia

La envidia
A mí, que creía que nunca había sido envidiosa desde el punto de vista de las tenencias materiales (sí lo he reconocido respecto de la sabiduría, la salud, el carácter extrovertido y de liderazgo,…, cosas no materiales), me ha pasado hoy una cosa que me ha supuesto un vuelco en la concepción de mi propio yo.
Hoy he asistido a una reunión con los padres y familiares de los compañeros de clase de mi hija, con motivo de una festividad del colegio. Allí me he juntado con otros amigos, padres de otros niños. Mi madre también ha venido. De pronto, resulta que la abuela de unos niños compañeros de mi niña, y madre de una de mis amigas, ha conocido a mi madre como antigua condiscípula de unas clases a las que ambas asistieron. Han estado hablando afablemente de los viejos tiempos.
Después, cuando ella se ha ido con sus nietos, mi madre ha comenzado a contarme de qué la conocía. Y ante una insinuación suya respecto del poder social y adquisitivo de la señora, de pronto, me he encontrado relatando a mi madre todos los detalles que conozco sobre su vida, en cuanto a las cosas que poseen: el trabajo magnífico que desempeñan en una empresa del estado, el piso soberbio en el que viven, la empresa tan boyante de que son propietarios,…
Y de repente, me he dado cuenta de que toda esa relación yo no la hacía de forma neutra, sino con un deje de resentimiento, de envidia, como acusándolos de haber conseguido todas esas cosas gracias a que la familia les dio un buen empujón de salida.
Y ¡me he sorprendido de mí misma!. ¡No me tenía yo por envidiosa de algo así!. En ese momento me he dado cuenta de que estaba hablando sinceramente, aplicando a mis palabras el matiz que quería darles,… y ¡no me gustaba! Me negaba a reconocer que yo, tan recta y de valores sólidos, tuviera unos sentimientos, respecto a otras personas, a las que por otra parte, apreciaba mucho, que resultaran tan rastreros. ¡No era yo la que hablaba! ¡Eso no! ¡Yo no envidio en el plano material!
Posteriormente, he meditado sobre ello, y me he dado cuenta de que sí, que esa reacción espontánea, realmente ha sido la expresión de un sentimiento que sí tengo, pero que mantengo reprimido porque en mi escala de valores resulta inconveniente e indigno. Y por tanto, mi yo consciente lo tenía relegado en mi yo subconsciente, sin dejar que saliera a la superficie, sin permitirme desarrollarlo, sin dejarlo salir.
Y he inferido que si tengo ese sentimiento, también puede haber otros que no me gustan, pero que están ahí, relegados, escondidos, disimulados incluso ante mí misma, especialmente ante mí misma, abultando en los recovecos de mi cerebro que sostienen los procesos psíquicos del yo.
Y tal vez sea esa contención la que me provoca las compulsiones con la comida, la parte de mi espíritu que está enferma. Que la necesidad de dominarlos para que no emerjan a mi consciencia, sea la que me provoque una lucha interna tan grande que obligue a mi ego a huir mediante los actos autodestructivos de la comida, como si castigando mi cuerpo, anestesiando mi mente, pudiera inmolar la existencia de semejantes pasiones.
Y ahora, ¿qué?
No sé cómo reaccionar frente a esta nueva idea.
No conozco forma de verificar su exactitud, ni muchos menos de contrarrestarla.
De modo que lo único que puedo hacer, es… nada.
Seguir con el programa.