Esta hipótesis incluso va más allá. Indica que la vuelta del desorden tras la temporada de estabilidad es mucho más virulenta que antes, los ataques son más contundentes, nos es más difícil pararlos, duran más tiempo y son más exigentes en cantidades, los efectos son mayores. La reacción es imparable, como si tanto tiempo de permanecer sujeta le hubiese dado un impulso para surgir volcánicamente otra vez.
Esto me sucedió. Tras la tregua, cuando una vez acabada la dieta, porque ya había bajado todo el peso que me propuse bajar, una vez que regresé a una alimentación “normal”, surgió el monstruo y fue progresando rápidamente, aumentando sus exigencias de atracón en atracón. Tanto en cantidad de comida ingerida cada vez mayor, como en la frecuencia de sus ataques, más seguidos cada semana. Causándome asoladoramente, una depresión más y más profunda, sin piedad.
Entonces, ¿no hay esperanza?
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