Esa reacción está inscrita en el ser, es inherente a la persona, acompaña al afectado durante toda su vida. No existe nada que la elimine. Jamás se librará de ella. Será un enfermo crónico todo el tiempo que le reste de vivir.
Esto supone que aunque haya periodos durante los cuales sea posible controlarlo (de hecho a mí me duró dos años la tregua), siempre vuelve. Y cuando esos alimentos malditos irrumpen en la dieta nuevamente, la reacción surge inmediata, inexorable, impunemente; volviendo a sumir al individuo en el más duro de los castigos, obligándole, como en una sesión de tortura medieval, a ingerir demoledoramente más y más. Con cantidades cada vez mayores. Nunca desaparece, siempre estará allí agazapada, ladina, expectante,…
Jamás podré comer normalmente. Durante todos mis días tendré esa tendencia destructiva, aunque consiga controlarla un tiempo, siempre volverá. Jamás seré normal.
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