lunes, 18 de abril de 2011

Vuelta al fondo del pozo

La tregua no acabó de repente. Los pensamientos de temor aparecieron primero. Comencé a “tener miedo a sufrir atracones”. Sólo se lo confesé a una terapeuta que tuve, pero no le dio importancia. Dijo: “Si llevas dos años sin atracones, ¿Por qué vas a tener uno ahora?”. Sus palabras no me tranquilizaron; más bien al contrario, me sentí incomprendida, como si la persona en quien había puesto mis esperanzas me hubiera fallado, se hubiera desentendido de mí, de mi verdadero problema, atendiendo a otros detalles que luego se resolvieron por sí solos.
Poco a poco los temores se convirtieron en pánico, y después, por fin, lamentablemente,… en realidad. Unos meses más tarde tuve mi primer atracón de la nueva época, el primero tras la tregua. Me prometí que sería algo aislado, que no volvería a pasar, pero,… paso otra vez,… y otra,… y otra,… Al principio, pausadamente, los intervalos eran lo suficientemente largos como para que me diera tiempo a volver a adecuar el peso a su nivel; pero progresivamente, según iban pasando las semanas, y los eventos (Navidad fue un punto muy difícil), los atracones pasaron a ocurrir con tanta frecuencia y virulencia que mi cuerpo no tenía modo de recuperarse entre uno y otro, y los kilos comenzaban a escalar otra vez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario