martes, 12 de abril de 2011

La prisión

Desde una simple galleta hasta el más sofisticado de los postres se convierten en fuertes eslabones de una cadena, que ata mi cuerpo y mi alma a pesadas bolas de preso. Así me siento ante la comida, presa, encadenada, ahorrojada bajo siete llaves, me abruma como si fuera plomo, y a la vez no me deja huir de él. Cuando el deseo imperioso de la comida, exigente, ineludible,… taladra mi mente, surgiendo desde lo más recóndito de mi cerebro hasta penetrar todos los poros de mi piel, las mil estrategias de controlarlo se vuelven fútiles, y acabo nuevamente aprisionada, encerrada literalmente entre las paredes de la casa, que se transforma en mi presidio, y me humilla, insoportablemente, obligándome a soportar la tortura de ingerir de forma descomunal grandes cantidades de lo que para otras personas son alimentos, y que en mí se convierten en carceleros y verdugos.

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