jueves, 14 de abril de 2011

La tregua

En realidad, ¿cuándo llegó el monstruo? ¿Acaso siempre estuvo ahí, agazapado, hasta que se hizo lo suficientemente grande como para que creyera que sus exigencias serían atendidas diligentemente?, ¿o invadió mi cuerpo más tarde?
Hubo momentos en el pasado en los que no me torturaba, no me retenía encadenada, era libre de él, era libre… o me sentía libre. Momentos que duraron tiempo, meses, incluso años… temporadas durante las cuales, ilusa, creí haberme escapado de él, no me machacaba, no se imponía, mi cuerpo no estaba sometido a sus caprichos erráticos, y mi yo consciente, responsable, iba moldeando su silueta despacio, pero seguro, convirtiéndolo en tarjeta de presentación aceptable: me abriría las puertas de la comunidad, el resto de los humanos no responderían desagradablemente ante el inconmensurable aspecto de un cuerpo demasiado ancho.
Incluso, llegué a conseguirlo, la figura quedó lo suficientemente adecuada a los patrones estándar de la sociedad actual. El monstruo me había dado esa tregua,… tregua…tregua…, solo eso, una tregua. Luego,… volvió. Con fuerza, despótico, autoritario, abusivo,… surgió desde el interior donde se había ocultado todo ese tiempo y ahora, exigente y absolutista, impuso sus demandas con la mayor virulencia que nunca había tenido.
Todo aquello por lo que había luchado durante el intervalo y que había conseguido, va a venirse abajo, cual un frágil castillo de naipes. Su dominio convertirá otra vez mi existencia en su imperio.

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